Juan Pablo II, M�xico 99

ECCLESIA IN AMERICA
EXHORTACI�N APOST�LICA POSTSINODAL

Resumen
Documento completo

OTROS DOCUMENTOS, MEXICO 99
Indice

Ceremonia de Bienvenida en el Aereopuerto de Ciudad Mexico. JP II, 22/1/99
Encuentro con el Cuerpo Diplom�tico, 23/1/99
Misa para la Conclusi�n de la Asamblea Especial para Am�rica del S�nodo de los Obispos, 23/1/99
Angelus Domini, Aut�dromo Hermanos Rodr�guez, 24/1/99
Santa Misa Aut�dromo Hermanos Rodr�guez, 24/1/99
Mensaje a los Enfermos, 24/1/99
Encuentro con Representantes de todas las Generaciones del Siglo, 25/1/99
Ceremonia de despedida

Aeropuerto Internacional Benito Ju�rez
Ceremonia de Bienvenida
CIUDAD DE MEXICO
22.01.1999

Texto Original de Juan Pablo II

Se�or Presidente la Rep�blica,

Se�ores Cardenales y Hermanos en el Episcopado

Amad�simos hermanos y hermanas de M�xico

1.- Como hace veinte a�os, llego hoy a M�xico y es para mi causa de inmenso gozo encontrarme de nuevo en esta tierra bendita, donde Santa Mar�a de Guadalupe es venerada como Madre querida. Igual que entonces y en las dos visitas sucesivas, vengo cual ap�stol de Jesucristo y sucesor de San Pedro a confirmar en la fe a mis hermanos, anunciando el Evangelio a todos los hombres y mujeres. En esta ocasi�n, adem�s, esta Capital va a ser lugar de un encuentro privilegiado y excepcional por una cita hist�rica: junto con Obispos de todo el continente americano presentar� ma�ana en la Bas�lica de Guadalupe los frutos del S�nodo que hace m�s de un a�o se celebr� en Roma.

Los Obispos de Am�rica trazaron entonces los rasgos fundamentales de la acci�n pastoral del futuro que, desde la fe que compartimos, deseamos responda en plenitud al plan salv�fico de Dios y a la dignidad del ser humano en el marco de las sociedades justas, reconciliadas y abiertas en un proceso t�cnico que sea convergente con el necesario progreso moral. Tal es la esperanza de los Obispos y de los fieles que expresan su fe cat�lica en espa�ol, ingl�s, portugu�s, franc�s o en las m�ltiples lenguas propias de las culturas ind�genas, que representan las ra�ces de este continente de la esperanza.

Esta tarde, en la sede de la Nunciatura tendr� el gozo de firmar la exhortaci�n apost�lica en la que he recogido las ideas y las propuestas expresadas por el episcopado de Am�rica. A trav�s de la Evangelizaci�n de la Iglesia quiere revelar mejor su identidad: estar m�s pr�xima a Cristo y a su Palabra; manifestarse aut�ntica y libre de condicionamientos mundanos; ser mejor servidora del hombre desde una perspectiva evang�lica; ser fermento de unidad y no de divisi�n de la humanidad que se abre a nuevos, dilatados y a un no bien perfilados horizontes.

Me complace saludar ahora al licenciado Ernesto Zedillo Ponce de Le�n, presidente de los Estados Unidos Mexicanos, agradeci�ndole las amables palabras que ha querido dirigirme para darme la bienvenida. En su persona Se�or Presidente, saludo a todo el pueblo mexicano este noble y querido pueblo que trabaja, reza y camina en busca de un futuro siempre mejor en las amplias llanuras de Sonora o de Chihuahua, en las selvas tropicales de Veracruz o de Chiapas, en los hacendosos centros industriales de Nuevo Le�n o de Coahuila, a los pies de los grandes volcanes que emergen de los serenos valles de Puebla y de M�xico, en los acogedores puertos del Atl�ntico y del Pac�fico. Saludo tambi�n a los millones de mexicanos que viven y trabajan m�s all� de las fronteras patrias. Siendo este un viaje con un matiz continental, saludo tambi�n a todos los que de un modo u otro est�n siguiendo estos actos.

Saludo entra�ablemente a mis Hermanos en el Espiscopado; en particular, al se�or cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo primado de M�xico, al presidente y miembros de la Conferencia del Episcopado Mexicano, as� como a los dem�s obispos que han venido de otros Pa�ses para participar en los actos de esta Visita pastoral y de este modo renovar y fortalecer los estrechos v�nculos de comuni�n y afecto entre todas las Iglesias particulares del Continente americano. En este saludo mi coraz�n se abre tambi�n con gran afecto a los queridos sacerdotes, di�conos, religiosos, religiosas, catequistas y fieles, a los que me debo en el se�or. Quiera Dios que esta Visita que hoy comienza sirva de �nimo a todos en el generoso esfuerzo por anunciar a Jesucristo con renovado ardor al nuevo milenio que se acerca.

3. El pueblo mexicano, desde que me acogi� hace veinte a�os, con los brazos abiertos y lleno de esperanza, me ha acompa�ado en mucho de los caminos recorridos. He encontrado mexicanos en las audiencias generales de los mi�rcoles y en los grandes acontecimientos que la Iglesia ha celebrado en Roma y otros lugares de Am�rica y del mundo. A�n resuenan en mis o�dos los saludos con que siempre me acogen: �M�xico Siempre Fiel y siempre presente!

Llego a un pa�s donde la fe cat�lica sirvi� de fundamento al mestizaje que transform� la antigua pluralidad �tnica y antag�nica en unidad fraternal y de destino. No es posible, pues, comprender a M�xico sin la fe tra�da desde Espa�a a estas tierras por los doce primeros franciscanos y cimentada m�s tarde por dominicos jesu�tas, agustinos y otros predicadores de la Palabra salvadora de Cristo. Adem�s de la obra evangelizadora, que hace del catolicismo parte integrante y fundamental del alma de la naci�n , los misioneros dejaron profundas huellas culturales y prodigiosas muestras del arte que son hoy motivo de legitimo orgullo para todos los mexicanos y rica expresi�n de su civilizaci�n.

Llego a un pa�s cuya historia recorren, como r�os a veces ocultos y siempre caudalosos, realidades que unas veces se encuentran y otras revelan sus diferencias complementarias, sin jam�s confundirse del todo: la antigua y la rica sensibilidad de los pueblos ind�genas que amaron Juan de Zumarraga y Vasco de Quiroga, a quienes muchos de esos pueblos siguen llamando padres; el cristianismo arraigado en el alma de los mexicanos; y la moderna racionalidad de corte europeo, que tanto ha querido enaltecer la independencia y la libertad. Se que no son pocas las mentes clarividentes que se esfuerzan en que estas corrientes de pensamiento y de cultura consigan conjugar mejor sus caudales mediante el di�logo, el desarrollo sociocultural y la voluntad de construir un futuro mejor.

Vengo a Ustedes, mexicanos de todas las clases y condiciones sociales, y a Ustedes hermanos del Continente americano, para saludarles en nombre de Cristo: el Dios que se hizo hombre para que todos los hombres pudieran tomar conciencia de su llamada a la filiaci�n divina en Cristo. Junto con mis hermanos obispos de M�xico y de toda Am�rica vengo a postrarme ante la tilma del Beato Juan Diego. Pedir� a Santa Mar�a de Guadalupe, al final de un milenio fecundo y atormentado, que el pr�ximo sea un milenio en el que en M�xico, en Am�rica y en el mundo entero se abran v�as seguras de fraternidad y de paz que en Jesucristo puedan encontrar bases seguras y espaciosos caminos de progreso. Con la paz de Cristo deseo a los mexicanos �xito en la b�squeda de la concordia entre todos, ya que constituyen una gran Naci�n que los hermana.

4. Sinti�ndome ya postrado ante la Morenita del Tepeyac, Reina de M�xico y Emperatriz de Am�rica, desde este momento encomiendo a sus maternos cuidados los destinos de esta Naci�n y de todo el Continente. Que el nuevo siglo y el nuevo milenio favorezcan un renacer general bajo la mirada de Cristo, vida y esperanza nuestra, que nos ofrece siempre los caminos de fraternidad y de sana convivencia humana. Que Santa Mar�a de Guadalupe ayude a M�xico y Am�rica a caminar unidos por esas sendas seguras y llenas de luz.

OFICINA DE PRENSA DE LA SANTA SEDE

 

Encuentro con el Cuerpo Diplom�tico
Juan Pablo II
Ciudad de M�xico
23.01.1999
Residencia Presidencial de Los Pinos

Se�or Presidente de la Rep�blica,

Excelent�simos Embajadores y Jefes de Misi�n,

Distinguidas Se�oras y Se�ores:

1. Estoy muy agradecido al Se�or Presidente, Licenciado Ernesto Zedillo Ponce de Le�n, por sus amables palabras al introducirme ante los Jefes de Misi�n diplom�tica acreditados en M�xico. El presentarlos al Papa en �sta su residencia oficial de Los Pinos es un deferente gesto que aprecio muy cordialmente.

En el marco de esta visita pastoral, me es muy grato encontrarme con Ustedes, que tienen la responsabilidad de las relaciones de sus respectivos Estados con M�xico, fortaleci�ndolas desde el di�logo y la cooperaci�n, a la vez que atestiguan la importancia de esta Naci�n en el mundo. Representan, adem�s, a la comunidad internacional con la que la Santa Sede mantiene antiguas y s�lidas relaciones, que confirman una tradici�n secular que cada d�a adquiere nuevo vigor.

2. Vivimos en un mundo que se presenta complejo y a la vez unitario; se hacen m�s cercanas entre s� las diversas comunidades que lo conforman y son m�s extensos y r�pidos los sistemas financieros y econ�micos de los que dependen el desarrollo integral de la humanidad. Esta creciente interdependencia conduce a nuevas etapas de progreso, pero tambi�n tiene el peligro de limitar gravemente la libertad personal y comunitaria, propia de toda vida democr�tica. Por ello es necesario favorecer un sistema social que permita a todos los pueblos participar activamente en la promoci�n de un progreso integral, o de lo contrario no pocos de esos pueblos podr�an verse impedidos de alcanzarlo.

El progreso actual, sin parang�n en el pasado, debe permitir a todos los seres humanos asegurar su dignidad y ofrecerles mayor conciencia de la grandeza de su propio destino. Pero, al mismo tiempo, expone al hombre -tanto al m�s poderoso como al m�s fr�gil social y pol�ticamente- al peligro de convertirse en un n�mero o en un puro factor econ�mico (cf. Centesimus annus, 49). En esta hip�tesis, el ser humano podr�a perder progresivamente la conciencia de su valor transcendente. Esta conciencia -unas veces clara y otras impl�cita- es la que hace al hombre distinto de todos los dem�s seres de la naturaleza.

3. La Iglesia, fiel a la misi�n recibida de su Fundador, proclama incansablemente que la persona humana ha de ser el centro de todo orden civil y social, y de todo sistema de desarrollo t�cnico y econ�mico. La historia humana no puede ir contra el hombre. Ello equivaldr�a a ir contra Dios, cuya imagen viviente es el hombre, incluso cuando es deformada por el error o la prevaricaci�n.

Esta es la convicci�n que la Iglesia quiere poner sobre la mesa de las Naciones Unidas o en el di�logo amistoso que mantiene con Ustedes, miembros del Cuerpo Diplom�tico, y con las autoridades que representan en los diversos lugares del mundo. De estos principios se deducen importantes valores morales y c�vicos que pusieron de relieve los Obispos de Am�rica reunidos Roma en el S�nodo de 1997.

4. Entre estos valores sobresalen la conversi�n de las mentes y la solidaridad efectiva entre los diversos grupos humanos como elementos esenciales para la actual vida social a nivel nacional e internacional. La vida internacional exige unos valores morales comunes como base y unas reglas comunes de colaboraci�n. Es cierto que la Declaraci�n Universal de Derechos Humanos, cuyo 50� aniversario hemos celebrado el a�o pasado, as� como otros documentos de valor universal, ofrecen elementos importantes en la b�squeda de esa base moral, com�n a todos los pa�ses o, por lo menos, a un gran n�mero de ellos.

Si miramos el panorama mundial vemos que existen ciertas situaciones f�cilmente constatables. El poder de los Pa�ses desarrollados se hace cada d�a m�s gravoso respecto a los menos desarrollados. En las relaciones internacionales se da, a veces, prioridad a la econom�a frente a los valores humanos y, con su debilitamiento, se resienten la libertad y la democracia. Por otra parte, la carrera armamentista nos hace ver que, en muchos casos las armas est�n destinadas a la defensa, pero en otros son instrumentos realmente ofensivos, usados en nombre de ideolog�as no siempre respetuosas de la dignidad humana. El fen�meno de la corrupci�n invade lamentablemente grandes espacios del tejido social de algunos pueblos, sin que quienes sufren sus consecuencias tengan siempre la posibilidad de exigir justicia y responsabilidades. El individualismo empa�a tambi�n la vida internacional, de modo que los pueblos poderosos pueden serlo cada d�a m�s y los pueblos d�biles son cada d�a m�s dependientes.

5. Ante este panorama se imponen con urgencia una adecuada conversi�n de las mentalidades y una solidaridad efectiva, no s�lo te�rica, entre personas y grupos humanos. Esto es cuanto, en uni�n con el Papa, viene proponiendo, desde hace decenios, el Episcopado latinoamericano. Esto es lo que han pedido los Obispos del Continente americano en el S�nodo. A este respecto, son dignas de se�alar las numerosas iniciativas de socorro a las poblaciones de la cercana Centroam�rica afectadas por el hurac�n Micht, en las que M�xico ha participado generosamente junto con otras naciones, dando as� muestra de un com�n sentimiento de fraternidad y solidaridad.

Am�rica es un continente que agrupa a pueblos grandes y t�cnicamente avanzados y a otros relativamente peque�os, con muy variados �ndices de desarrollo. Tambi�n dentro de un mismo pa�s, como es el caso de M�xico, coexisten situaciones sociales y humanas muy diversas, que es necesario afrontar siempre con gran respeto y justicia, utilizando incansablemente los recursos del di�logo y la concertaci�n.

Am�rica constituye una unidad humana y geogr�fica que va del Polo norte al Polo sur. Aunque su pasado ahonda sus ra�ces en culturas ancestrales -como la maya, la olmeca, la azteca o la inca-, al entrar en contacto con el viejo continente y tambi�n con el cristianismo, desde hace m�s de cinco siglos se ha convertido en una unidad de destino, singular en el mundo. Am�rica es por eso mismo un espacio particularmente apropiado para promover valores comunes capaces de asegurar una conversi�n eficaz de las mentes, en especial de quienes tienen responsabilidades nacionales e internacionales.

6. Este Continente podr� ser el "Continente de la esperanza" si las comunidades humanas que lo integran, as� como sus clases dirigentes, asumen una base �tica com�n. La Iglesia cat�lica y las dem�s grandes confesiones religiosas presentes en Am�rica pueden aportar a esta �tica com�n elementos espec�ficos que liberen las conciencias de verse limitadas por ideas nacidas de meros consensos circunstanciales. Am�rica y la humanidad entera tienen necesidad de puntos de referencia esenciales para todos los ciudadanos y responsables pol�ticos. "No matar", "No mentir", "No robar ni codiciar los bienes ajenos", "respetar la dignidad fundamental de la persona humana" en sus dimensiones f�sicas y morales son principios intangibles, sancionados en el Dec�logo com�n a hebreos, cristianos y musulmanes, y cercanos a las normas de otras grandes religiones. Se trata de principios que obligan tanto a cada persona humana como a las diversas sociedades.

Estos principios y otros afines han de ser un dique contra todo atentado a la vida, desde su principio hasta su fin natural; contra las guerras de expansi�n y el uso de las armas como instrumentos de destrucci�n; contra la corrupci�n que corroe amplios estratos de la sociedad, a veces con dimensiones transnacionales; contra la invasi�n abusiva de la esfera privada por parte de poderes que aprueban esterilizaciones forzadas o leyes que cercenan el derecho a la vida; contra campa�as publicitarias falaces que condicionan la verdad y determinan el estilo de vida de pueblos enteros; contra monopolios que tratan de anular sanas iniciativas y limitar el crecimiento de sociedades enteras; contra la expansi�n del uso de drogas que minan la fuerza de la juventud e incluso la matan.

7. Mucho se ha hecho ya en este sentido. Abundan las convenciones internacionales que tienen por finalidad poner un l�mite a algunos de estos abusos. Grupos de naciones se asocian para crear espacios econ�micos donde la vida pol�tica, econ�mica y social est� debidamente orientada y mejor protegida por principios m�s justos y conformes con los derechos de cada ciudadano, de cada pueblo y de cada cultura.

Pero a�n queda mucho por hacer. Estamos al final de un siglo y de un milenio que, a pesar de las grandes conquistas conseguidas por la ciencia y la t�cnica, dejan tras de s� evidentes cicatrices que recuerdan, de modo a veces tr�gico, la poca atenci�n prestada a los mencionados principios morales. En lugar de verlos ulteriormente violados, es necesario que en el nuevo siglo y en el nuevo milenio se consolide su fuerza �tica, moralmente vinculante.

8. Al hacerles part�cipes de estas consideraciones no me mueve otro inter�s que el de defender la dignidad del hombre, ni otra autoridad que la de la Palabra divina. Esta Palabra no es m�a, sino de Dios que se hizo hombre para que el hombre llegue a ser hijo suyo. Ajeno a intereses de parte, les ofrezco hoy estas reflexiones con la esperanza de que puedan ayudarles en su labor diplom�tica y tambi�n en su vida personal, deseosos de contribuir a la construcci�n de un mundo m�s humano y m�s justo que el que nos ofrecen el siglo y el milenio que pronto concluir�n.

Ojal� que en el pr�ximo futuro predominen el respeto de la vida, de la verdad, de la dignidad de cada ser humano. Este es el cometido apremiante que nos espera. Que Dios bendiga la obra que Ustedes llevan a cabo. Que bendiga a M�xico y a los Pa�ses que Ustedes representan en esta Ciudad privilegiada donde Am�rica y el mundo se encuentran y dialogan. Muchas gracias por su atenci�n.

 

Santa Misa para la Conclusi�n
de la Asamblea Especial

para Am�rica del S�nodo de los Obispos

Juan Pablo II
Ciudad de M�xico
23.01.1999

Amados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,

Queridos hermanos y hermanas en el Se�or:

1. "Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios mand� a su hijo, nacido de mujer..." (Ga 4,4). �Qu� es la plenitud de los tiempos? Desde la perspectiva de la historia humana, la plenitud de los tiempos es una fecha concreta. Es la noche en que el Hijo de Dios vino al mundo en Bel�n, seg�n lo anunciado por los profetas, como hemos escuchado en la primera lectura: "el Se�or mismo va a daros una se�al: He aqu� que una doncella est� encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondr� por nombre Emmanuel" (Is 7, 14). Estas palabras pronunciadas muchos siglos antes, se cumplieron en la noche en que vino al mundo el Hijo concebido por obra del Esp�ritu Santo en el seno de la Virgen Mar�a.

El nacimiento de Cristo fue precedido por el anuncio del �ngel Gabriel. Despu�s, Mar�a fue a la casa de su prima Isabel para ponerse a su servicio. Nos lo ha recordado el Evangelio de Lucas, poniendo ante nuestros ojos el ins�lito y prof�tico saludo de Isabel y la espl�ndida respuesta de Mar�a: "Mi alma engrandece al Se�or, y mi esp�ritu se llena de j�bilo en Dios mi Salvador" (1, 46-47). Estos son los acontecimientos a los que se refiere la liturgia de hoy.

2. La lectura de la Carta a los G�latas, por su parte, nos revela la dimensi�n divina de esta plenitud de los tiempos. Las palabras del ap�stol Pablo resumen toda la teolog�a del nacimiento de Jes�s, con la que se esclarece al mismo tiempo el sentido de dicha plenitud. Se trata de algo extraordinario: Dios ha entrado en la historia del hombre. Dios, que es en s� mismo el misterio insondable de la vida; Dios, que es Padre y se refleja a s� mismo desde la eternidad en el Hijo, consustancial a �l y por el que fueron hechas todas las cosas (cf. Jn 1, 1.3); Dios, que es unidad del Padre y del Hijo en el flujo de amor eterno que es el Esp�ritu Santo.

A pesar de la pobreza de nuestras palabras para expresar el misterio inenarrable de la Trinidad, la verdad es que el hombre, desde su condici�n temporal, ha sido llamado a participar de esta vida divina. El Hijo de Dios naci� de la Virgen Mar�a para otorgarnos la filiaci�n divina. El Padre ha infundido en nuestros corazones el Esp�ritu de su Hijo, gracias al cual podemos decir "Abb�, Padre" (cf. Ga 4, 4). He aqu�, pues, la plenitud de los tiempos, que colma toda aspiraci�n de la historia y de la humanidad: la revelaci�n del misterio de Dios, entregado al ser humano mediante el don de la adopci�n divina.

3. La plenitud de los tiempos a la que se refiere el Ap�stol est� relacionada con la historia humana. En cierto modo, al hacerse hombre, Dios ha entrado en nuestro tiempo y ha transformado nuestra historia en historia de salvaci�n. Una historia que abarca todas las vicisitudes del mundo y de la humanidad, desde la creaci�n hasta su final, pero que se desarrolla a trav�s de momentos y fechas importantes. Una de ellas es el ya cercano a�o 2000 desde el nacimiento de Jes�s, el a�o del Gran Jubileo, al que la Iglesia se ha preparado tambi�n con la celebraci�n de los S�nodos extraordinarios dedicados a cada Continente, como es el caso del celebrado a finales de 1997 en el Vaticano.

4. Hoy en esta Bas�lica de Guadalupe, coraz�n mariano de Am�rica, damos gracias a Dios por la Asamblea especial para Am�rica del S�nodo de los Obispos -aut�ntico cen�culo de comuni�n eclesial y de afecto colegial entre los Pastores del Norte, del Centro y del Sur del Continente- vivida con el Obispo de Roma como experiencia fraterna de encuentro con el Se�or resucitado, camino para la conversi�n, la comuni�n y la solidaridad en Am�rica.

Ahora, un a�o despu�s de la celebraci�n de aquella Asamblea sinodal, y en coincidencia tambi�n con el centenario del Concilio Plenario de la Am�rica Latina que tuvo lugar en Roma, he venido aqu� para poner a los pies de la Virgen mestiza del Tepeyac, Estrella del Nuevo Mundo, la Exhortaci�n apost�lica Ecclesia in America, que recoge las aportaciones y sugerencias pastorales de dicho S�nodo, confiando a la Madre y Reina de este Continente el futuro de su evangelizaci�n.

5. Deseo expresar mi gratitud a quienes, con su trabajo y oraci�n, han hecho posible que aquella Asamblea sinodal reflejara la vitalidad de la fe cat�lica en Am�rica. As� mismo, agradezco a esta Arquidi�cesis Primada de M�xico y a su Arzobispo, el Cardenal Norberto Rivera Carrera, su cordial acogida y generosa disponibilidad. Saludo con afecto al nutrido grupo de Cardenales y Obispos que han venido de todas las partes del Continente y a los numeros�simos sacerdotes y seminaristas aqu� presentes, que llenan de gozo y esperanza el coraz�n del Papa. Mi saludo va m�s all� de los muros de esta Bas�lica para abrazar a cuantos, desde el exterior, siguen la celebraci�n, as� como a todos los hombres y mujeres de las diversas culturas, etnias y naciones que integran la rica y pluriforme realidad americana.

(lengua portuguesa)

6. �Bem-aventurada �s tu que creste, pois se h�o de cumprir as coisas que da parte do Senhor te foram ditas� (Lc 1,45). Estas palavras que Isabel dirige a Maria, portadora de Cristo em seu seio, podem-se aplicar tamb�m � Igreja neste Continente. Bem-aventurada �s tu, Igreja na Am�rica, que, acolhendo a Boa Nova do Evangelho, geraste � f� numerosos povos! Bem-aventurada por crer, bem-aventurada por esperar, bem-aventurada por amar, porque a promessa do Senhor se cumprir�! Os her�icos esfor�os mission�rios e a admir�vel gesta evangelizadora destes cinco s�culos n�o foram em v�o. Hoje podemos dizer que, gra�as a isso, a Igreja na Am�rica � a Igreja da Esperan�a. Basta ver o vigor de sua numerosa juventude, o valor excepcional que se d� � fam�lia, o florecimento das voca��es sacerdotais e de consagrados e, sobretudo, a profunda religiosidade dos seus povos. N�o esque�amos que no pr�ximo mil�nio, j� iminente, a Am�rica ser� o continente com o maior n�mero de cat�licos.

(en lengua francesa)

7. Toutefois, comme les P�res synodaux l’ont soulign�, si l’�glise en Am�rique conna�t bien des motifs de se r�jouir, elle est aussi confront�e � de graves difficult�s et � d’importants d�fis. Devons-nous pour autant nous d�courager? En aucune mani�re: "J�sus Christ est le Seigneur!" (Ph 2,11). Il a vaincu le monde et il a envoy� son Esprit Saint pour faire toutes choses nouvelles. Serait-il trop ambitieux d’esp�rer que, apr�s cette Assembl�e synodale - le premier Synode am�ricain de l’histoire - se d�veloppe sur ce continent majoritairement chr�tien une mani�re plus �vang�lique de vivre et de partager? Il existe bien des domaines dans lesquels les communaut�s chr�tiennes du Nord, du Centre et du Sud de l’Am�rique peuvent manifester leurs liens fraternels, exercer une solidarit� r�elle et collaborer � des projets pastoraux communs, chacune apportant les richesses spirituelles et mat�rielles dont elle dispose.

(en lengua inglesa)

8. The Apostle Paul teaches us that in the fullness of time God sent his Son, born of a woman, to redeem us from sin and to make us his sons and daughters. Accordingly, we are no longer servants but children and heirs of God (cf. Gal 4:4-7). Therefore, the Church must proclaim the Gospel of life and speak out with prophetic force against the culture of death. May the Continent of Hope also be the Continent of Life! This is our cry: life with dignity for all! For all who have been conceived in their mother’s womb, for street children, for indigenous peoples and Afro-Americans, for immigrants and refugees, for the young deprived of opportunity, for the old, for those who suffer any kind of poverty or marginalization.

Dear brothers and sisters, the time has come to banish once and for all from the Continent every attack against life. No more violence, terrorism and drug-trafficking! No more torture or other forms of abuse! There must be an end to the unnecessary recourse to the death penalty! No more exploitation of the weak, racial discrimination or ghettoes of poverty! Never again! These are intolerable evils which cry out to heaven and call Christians to a different way of living, to a social commitment more in keeping with their faith. We must rouse the consciences of men and women with the Gospel, in order to highlight their sublime vocation as children of God. This will inspire them to build a better America. As a matter of urgency, we must stir up a new springtime of holiness on the Continent so that action and contemplation will go hand in hand.

(en lengua espa�ola)

9. Quiero confiar y ofrecer el futuro del Continente a Mar�a Sant�sima, Madre de Cristo y de la Iglesia. Por eso, tengo la alegr�a de anunciar ahora que he declarado que el d�a 12 de diciembre en toda Am�rica se celebre a la Virgen Mar�a de Guadalupe con el rango lit�rgico de fiesta.

�Oh Madre! tu conoces los caminos que siguieron los primeros evangelizadores del Nuevo Mundo, desde la isla Guanahani y La Espa�ola hasta las selvas del Amazonas y las cumbres andinas, llegando hasta la tierra del Fuego en el Sur y los grandes lagos y monta�as del Norte. Acompa�a a la Iglesia que desarrolla su labor en las naciones americanas, para que sea siempre evangelizadora y renueve su esp�ritu misionero. Alienta a todos aquellos que dedican su vida a la causa de Jes�s y a la extensi�n de su Reino.

�Oh dulce Se�ora del Tepeyac, Madre de Guadalupe! Te presentamos esta multitud incontable de fieles que rezan a Dios en Am�rica. T� que has entrado dentro de su coraz�n, visita y conforta los hogares, las parroquias y las di�cesis de todo el Continente. Haz que las familias cristianas eduquen ejemplarmente a sus hijos en la fe de la Iglesia y en el amor del Evangelio, para que sean semillero de vocaciones apost�licas. Vuelve hoy tu mirada sobre los j�venes y an�malos a caminar con Jesucristo.

�Oh Se�ora y Madre de Am�rica! Confirma la fe de nuestros hermanos y hermanas laicos, para que en todos los campos de la vida social, profesional, cultural y pol�tica act�en de acuerdo con la verdad y la ley nueva que Jes�s ha tra�do a la humanidad. Mira propicia la angustia de cuantos padecen hambre, soledad, marginaci�n o ignorancia. Haznos reconocer en ellos a tus hijos predilectos y danos el �mpetu de la caridad para ayudarlos en sus necesidades.

�Virgen Santa de Guadalupe, Reina de la Paz! Salva a las naciones y a los pueblos del Continente. Haz que todos, gobernantes y ciudadanos, aprendan a vivir en la aut�ntica libertad, actuando seg�n las exigencias de la justicia y el respeto de los derechos humanos, para que as� se consolide definitivamente la paz.

�Para ti, Se�ora de Guadalupe, Madre de Jes�s y Madre nuestra, todo el cari�o, honor, gloria y alabanza continua de tus hijos e hijas americanos!

 

Angelus Domini
Juan Pablo II
Aut�dromo Hermanos Rodr�guez
Ciudad de M�xico
24.01.1999

Amad�simos hermanos y hermanas:

1. En la Santa Misa que acabamos de celebrar he tenido el gozo de compartir con todos Ustedes la misma fe y amor en Jesucristo, unidos con la misma esperanza en sus promesas. Les agradezco con todo mi coraz�n su presencia aqu�, tan numerosa, y de nuevo les aliento a vivir firmemente su compromiso cristiano como miembros de la Iglesia que camina hacia el tercer Milenio.

2. La Exhortaci�n apost�lica postsinodal "Ecclesia in Am�rica", presentada ayer, invita a este amado Continente a dar un renovado "s�" a Jesucristo, acogiendo y respondiendo con generosidad misionera a su mandato de proclamar la Buena Nueva a todas las naciones (cf. Mc 13,10). Bajo la mirada protectora de Mar�a pongo de nuevo los frutos evangelizadores del reciente S�nodo de Am�rica, el ardor apost�lico de sus Iglesias locales y tambi�n esta Visita pastoral a la querida naci�n mexicana.

3. Ma�ana se concluye la Semana de oraci�n por la unidad de los cristianos, que este a�o tiene como lema: "�l habitar� con ellos. Ellos ser�n su pueblo y el mismo Dios estar� con ellos" (Ap 21,3b). Alcanzar la plena comuni�n entre todos los creyentes en Cristo es un objetivo constante de la Iglesia, la cual pide al Padre con renovado fiervor en la preparaci�n al Gran Jubileo del 2000 que sea una realidad el deseo de Cristo de que todos sean uno (cf. Jn 17,11). La plena unidad entre los cristianos, hacia la cual se van dando pasos consoladores, es un don del Esp�ritu Santo que se ha de pedir con perseverancia.

4. El amor a la Madre de Dios, tan caracter�stico de la religiosidad americana, ayuda a orientar la propia vida seg�n el esp�ritu y los valores del Evangelio, para testimoniarlos en el mundo. Nuestra Se�ora de Guadalupe, unida �ntimamente al nacimiento de la Iglesia en Am�rica, fue la Estrella radiante que ilumin� el anuncio de Cristo Salvador a los hijos de estos pueblos, ayudando a los primeros misioneros en su evangelizaci�n. A ella, que llev� en su seno al "Evangelio de Dios" (Evangelii nuntiandi, 7), pido que les ayude a ser testigos de Cristo ante los dem�s.

Que Mar�a Sant�sima interceda por nosotros y, con su protecci�n materna, nos acompa�e en este compromiso alentador.

Santa Misa
Aut�dromo Hermanos Rodr�guez
Juan Pablo II
Ciudad de M�xico
24.01.1999

Queridos hermanos y hermanas,

1. "Est�n perfectamente unidos en un mismo sentir y en un mismo pensar" (1Co 1, 10)

En esta ma�ana las palabras del ap�stol San Pablo nos animan a vivir intensamente este encuentro de fe, como es la celebraci�n eucar�stica, en "el santo domingo, honrado por la Resurrecci�n del Se�or, primicia de todos los dem�s d�as" (Dies Domini, 19). Me siento lleno de inmensa alegr�a al estar aqu� presidiendo la Santa Misa.

En el plan de Dios el domingo es el d�a en que la comunidad cristiana se congrega en torno a la mesa de la Palabra de Dios y la mesa de la Eucarist�a. En este importante encuentro estamos llamados por el Se�or a renovar y profundizar el don de la fe. �S�, hermanos, el domingo es el d�a de la fe y de la esperanza; el d�a de la alegr�a y de la respuesta gozosa a Cristo Salvador, el d�a de la santidad! En esta asamblea fraterna vivimos y celebramos la presencia del Maestro, que ha prometido: "Yo estar� con Ustedes hasta la consumaci�n del mundo" (Mt 28,20).

2. Quiero agradecer ahora las amables palabras que me ha dirigido el Se�or Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de M�xico, presentando la realidad de esta querida comunidad eclesial. Saludo tambi�n con afecto al Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, Arzobispo Em�rito de M�xico, as� como a los dem�s Cardenales y Obispos mexicanos y a los que han venido de otras partes del Continente americano y de Roma. El Papa les anima en el ejercicio de su ministerio y les exhorta a no ahorrar energ�as en predicar con valor el Evangelio de Cristo.

Saludo tambi�n con gran estima a los sacerdotes y a los consagrados y consagradas, alent�ndolos a santificarse con su irrenunciable entrega a Dios mediante su servicio a la Iglesia y a la nueva evangelizaci�n, siguiendo siempre las directrices de sus Pastores. Esto ser� una gran fuerza para anunciar mejor a Cristo a los dem�s, especialmente a los m�s alejados. Tengo asimismo muy presentes a tantas religiosas de clausura, que oran por la Iglesia, por el Papa, por los Obispos y sacerdotes, por los misioneros y por todos los fieles.

Saludo igualmente de manera muy afectuosa a los numerosos ind�genas de diversas regiones de M�xico, presentes en esta celebraci�n. El Papa se siente muy cercano a todos Ustedes, admirando los valores de sus culturas, y anim�ndolos a superar con esperanza las dif�ciles situaciones que atraviesan. Les invito a esforzarse por alcanzar su propio desarrollo y trabajar por su propia promoci�n. �Construyan con responsabilidad su futuro y el de sus hijos! Por eso, pido a todos los fieles de esta Naci�n que se comprometan a ayudar y promover a los m�s necesitados de entre Ustedes. Es necesario que todos y cada uno de los hijos de esta Patria tengan lo necesario para llevar una vida digna. Todos los miembros de la sociedad mexicana son iguales en dignidad, pues son hijos de Dios y, por tanto, merecen todo respeto y tienen derecho a realizarse plenamente en la justicia y en la paz.

La palabra del Papa quiere llegar tambi�n a los enfermos que no han podido estar aqu� con nosotros. Me siento muy cerca de ellos para comunicarles el consuelo y la paz de Cristo. Les pido que, mientras buscan recuperar la salud, ofrezcan su enfermedad por la Iglesia, sabiendo el valor salv�fico y la fuerza evangelizadora que tiene el sufrimiento humano asociado al del Se�or Jes�s.

Agradezco de modo particular a las Autoridades civiles su presencia en esta celebraci�n. El Papa los anima a seguir trabajando diligentemente por el bien de todos, con hondo sentido de la justicia, seg�n las responsabilidades que les han sido encomendadas.

3. En la primera lectura, al referirse a la expectativa mesi�nica de Israel, dice el Profeta: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz" (Is 9,1). Esta luz es Cristo, tra�da aqu� hace casi quinientos a�os por los doce primeros evangelizadores franciscanos procedentes de Espa�a. Hoy somos testigos de una fe arraigada y de los abundantes frutos que dieron el sacrificio y la abnegaci�n de tantos misioneros.

Como nos recuerda el Concilio Vaticano II, "Cristo es la luz de los pueblos" (Lumen gentium, 1). Que esta luz ilumine la sociedad mexicana, sus familias, escuelas y universidades, sus campos y ciudades. Que los valores del Evangelio inspiren a los gobernantes para servir a sus conciudadanos, teniendo muy presentes a los m�s necesitados.

La fe en Cristo es parte integrante de la naci�n mexicana, estando como grabada de manera indeleble en su historia. �No dejen apagar esta luz de la fe! M�xico sigue necesit�ndola para poder construir una sociedad m�s justa y fraterna, solidaria con los que nada tienen y que esperan un futuro mejor.

El mundo actual olvida en ocasiones los valores trascendentes de la persona humana: su dignidad y libertad, su derecho inviolable a la vida y el don inestimable de la familia, dentro de un clima de solidaridad en la convivencia social. Las relaciones entre los hombres no siempre se fundan sobre los principios de la caridad y ayuda mutua. Por el contrario, son otros los criterios dominantes, poniendo en peligro el desarrollo arm�nico y el progreso integral de las personas y los pueblos. Por eso los cristianos han de ser como el "alma" de este mundo: que lo llene de esp�ritu, le infunda vida y coopere en la construcci�n de una sociedad nueva, regida por el amor y la verdad.

Ustedes, queridos hijos e hijas, a�n en los momentos m�s dif�ciles de su historia, han sabido reconocer siempre al Maestro "que tiene palabras de vida eterna" (cf. Jn 6, 68). �Hagan que la palabra de Cristo llegue a los que a�n la ignoran! �Tengan la valent�a de testimoniar el Evangelio en las calles y plazas, en los valles y monta�as de esta Naci�n! Promuevan la nueva evangelizaci�n, siguiendo las orientaciones de la Iglesia.

4. En el salmo responsorial hemos cantado: "El Se�or es mi luz y mi salvaci�n" (Sal 26, 1). �A qui�n podemos temer si �l est� con nosotros? Sean, pues, valientes. Busquen al Se�or y en �l encontrar�n la paz. Los cristianos est�n llamados a ser "luz del mundo"(Mt 5,14), iluminando con el testimonio de sus obras a la sociedad entera.

Cuando se emprende firmemente el camino de la fe, se dejan de lado las seducciones que desgarran a la Iglesia, cuerpo m�stico de Cristo, y no se presta atenci�n a quienes, dando la espalda a la verdad, predican la divisi�n y el odio (cf. 2 Pe 2, 1-2). Hijos e hijas de M�xico y de Am�rica entera, no busquen en ideolog�as falaces y aparentemente novedosas la verdad de la vida: "Jes�s es la verdadera novedad que supera todas las expectativas de la humanidad y as� ser� para siempre" (Incarnationis mysterium, 1).

5. En este Aut�dromo, convertido hoy como en un gran templo, resuenan con fuerza las palabras con que Jes�s comenz� su predicaci�n: "Convi�rtanse, porque ya est� cerca el Reino de los cielos" (Mt 4, 17). Desde sus or�genes, la Iglesia transmite fielmente este mensaje de conversi�n, para que todos podamos llevar una vida m�s pura, seg�n el esp�ritu del Evangelio. El llamado a la conversi�n se hace m�s acuciante en estos momentos de preparaci�n al Gran Jubileo, en el que conmemoraremos el misterio de la Encarnaci�n del Hijo de Dios hace dos mil a�os.

Al comenzar este a�o lit�rgico, con la Bula "Incarnationis mysterium", indicaba c�mo "el tiempo jubilar nos introduce en el recio lenguaje que la pedagog�a divina de la salvaci�n usa para impulsar al hombre a la conversi�n y la penitencia, principio y camino de su rehabilitaci�n" (n. 2). Por eso, el Papa los exhorta a convertir su coraz�n a Cristo. Es necesario que la Iglesia entera comience el nuevo milenio ayudando a sus hijos a purificarse del pecado y del mal; que extienda sus horizontes de santidad y fidelidad para participar en la gracia de Cristo, que nos ha llamado a ser hijos de la luz y a tener parte en la gloria eterna (cf. Col 1, 13).

6. "S�ganme y los har� pescadores de hombres" (Mt 4, 19).

Estas palabras de Jes�s, que hemos escuchado, se repiten a lo largo de la historia y en todos los rincones de la tierra. Como el Maestro, hago la misma invitaci�n a todos, especialmente a los j�venes, a seguir a Cristo. Queridos j�venes, Jes�s llam� un d�a a Sim�n Pedro y a Andr�s. Eran pescadores y abandonaron sus redes para seguirle. Ciertamente Cristo llama a algunos de Ustedes a seguirlo y entregarse totalmente a la causa del Evangelio. �No tengan miedo de recibir esta invitaci�n del Se�or! �No permitan que las redes les impidan seguir el camino de Jes�s! Sean generosos, no dejen de responder al Maestro que llama. S�ganle para ser, como los Ap�stoles, pescadores de hombres.

Igualmente, animo a los padres y madres de familia a ser los primeros en alimentar la semilla de la vocaci�n en sus hijos, d�ndoles ejemplo del amor de Cristo en sus hogares, con esfuerzo y sacrificio, con entrega y responsabilidad. Queridos padres: formen a sus hijos seg�n los principios del Evangelio para que puedan ser los evangelizadores del tercer milenio. La Iglesia necesita m�s evangelizadores. Am�rica entera, de la que Ustes forman parte, y especialmente esta querida Naci�n, tienen una gran responsabilidad de cara al futuro.

Durante mucho tiempo M�xico ha recibido la abnegada y generosa acci�n evangelizadora de tantos testigos de Cristo. Pensemos s�lo en algunas de esas figuras eximias, como Juan de Zum�rraga y Vasco de Quiroga. Otros han evangelizado con su testimonio hasta la muerte, como los Beatos ni�os m�rtires de Tlaxcala, Crist�bal, Antonio y Juan, o el Beato Miguel Pro y tantos otros sacerdotes, religiosos y laicos m�rtires. Otros, en fin, han sido confesores como el Obispo Beato Rafael Guizar.

7. Al concluir, quiero dirigir mi pensamiento hacia el Tepeyac, a Nuestra Se�ora de Guadalupe, Estrella de la primera y de la nueva Evangelizaci�n de Am�rica. A ella encomiendo la Iglesia que peregrina en M�xico y en el Continente americano, y le pido ardientemente que acompa�e a sus hijos a entrar con fe y esperanza en el tercer milenio.

Bajo su cuidado maternal pongo a los j�venes de esta Patria, as� como la vida e inocencia de los ni�os, especialmente los que corren el peligro de no nacer. Conf�o a su amorosa protecci�n la causa de la vida: �que ning�n mexicano se atreva a vulnerar el don precioso y sagrado de la vida en el vientre materno!

A su intercesi�n encomiendo a los pobres con sus necesidades y anhelos. Ante Ella, con su rostro mestizo, deposito los anhelos y esperanzas de los pueblos ind�genas con su propia cultura que esperan alcanzar sus leg�timas aspiraciones y el desarrollo al que tienen derecho. Le encomiendo igualmente a los afroamericanos. En sus manos pongo tambi�n a los trabajadores, empresarios y a todos los que con su actividad colaboran en el progreso de la sociedad actual.

�Virgen Sant�sima! que, como el Beato Juan Diego, podamos llevar en el camino de nuestra vida impresa tu imagen y anunciar la Buena Nueva de Cristo a todos los hombres.

 

Mensaje a los Enfermos
Juan Pablo II
Hospital Lic. Adolfo L�pez Mateos
Ciudad de M�xico - 24.01.1999

Queridos hermanos y hermanas:

1. Como en otros viajes pastorales a lo largo y ancho del mundo, tambi�n en esta mi cuarta visita a M�xico he deseado compartir con Ustedes, queridos enfermos hospitalizados en este Centro que lleva el nombre de "Lic. Adolfo L�pez Mateos" -y por medio suyo con todos los dem�s enfermos del Pa�s- unos momentos en la oraci�n y la esperanza. Les quiero asegurar mi afecto y, a la vez, me asocio a su oraci�n y a la de sus seres queridos pidiendo a Dios, por intercesi�n de la Sant�sima Virgen de Guadalupe, la conveniente salud del cuerpo y del alma, la plena identificaci�n de sus sufrimientos con los de Cristo y la b�squeda de los motivos que, basados en la fe, nos ayudan a comprender el sentido del dolor humano.

Me siento muy cercano a cada uno de los que sufren, as� como a los m�dicos y dem�s profesionales sanitarios que prestan su abnegado servicio a los enfermos. Quisiera que mi voz traspasara estos muros para llevar a todos los enfermos y agentes sanitarios la voz de Cristo, y ofrecer as� una palabra de consuelo en la enfermedad y de est�mulo en la misi�n de la asistencia, recordando muy especialmente el valor que tiene el dolor en el marco de la obra redentora del Salvador.

Estar con Ustedes, servirles con amor y competencia no es s�lo una obra humanitaria y social, sino sobre todo, una actividad eminentemente evang�lica, pues Cristo mismo nos invita a imitar al buen samaritano, que cuando encontr� en su camino al hombre que sufr�a "no pas� de largo", sino "que tuvo compasi�n y, acerc�ndose, vend� sus heridas [...] y cuid� del �l" (Lc 10, 32-34). Son muchas las p�ginas del Evangelio que nos describen el encuentro de Jes�s con personas aquejadas de diversas enfermedades. As�, san Mateo nos dice que "Jes�s recorr�a toda Galilea, ense�ando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del reino y curando toda enfermedad y dolencia en el pueblo. Su fama lleg� a toda Siria; y le trajeron todos los que se encontraban mal con enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lun�ticos y paral�ticos, y los cur�" (4,23-24). San Pedro, siguiendo los pasos de Cristo, junto a la Puerta Hermosa del templo ayud� a caminar a un tullido (cf. Hch 3, 2-5) y en cuanto se corri� la voz de lo acaecido, "le sacaban enfermos a las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a alguno de ellos" (ib�d. 5, 15-16). Desde sus or�genes, la Iglesia, movida por el Esp�ritu Santo, quiere seguir los ejemplos de Jes�s en este sentido, y por eso considera que es un deber y un privilegio estar al lado del que sufre y cultivar un amor preferencial hacia los enfermos. Por eso, escrib� en la Carta Apost�lica Salvifici doloris: "La Iglesia que nace del misterio de la redenci�n en la Cruz de Cristo, est� obligada a buscar el encuentro con el hombre, de modo particular, en el camino de su sufrimiento. En un encuentro de tal �ndole el hombre 'constituye el camino de la Iglesia', y es �ste uno de los m�s importantes" (n. 3).

2. El hombre est� llamado a la alegr�a y a la vida feliz, pero experimenta diariamente muchas formas de dolor, y la enfermedad es la expresi�n m�s frecuente y m�s com�n del sufrir humano. Ante ello es espont�neo preguntarse: �Por qu� sufrimos? �Para qu� sufrimos? �Tiene un significado que las personas sufran? �Puede ser positiva la experiencia del dolor f�sico o moral? Sin duda, cada uno de nosotros se habr� planteado m�s de una vez estas cuestiones, sea desde el lecho del dolor, en los momentos de convalecencia, antes de someterse a una intervenci�n quir�rgica o cuando se ha visto sufrir a un ser querido.

Para los cristianos �stos no son interrogantes sin respuesta. El dolor es un misterio, muchas veces inescrutable para la raz�n. Forma parte del misterio de la persona humana, que s�lo se esclarece en Jesucristo, que es quien revela al hombre su propia identidad. S�lo desde �l podremos encontrar el sentido a todo lo humano. El sufrimiento -como he escrito en la Carta Apost�lica Salvifici doloris- "no puede ser transformado y cambiado con una gracia exterior sino interior [...] Pero este proceso interior no se desarrolla siempre de igual manera [...] Cristo no responde directamente ni en abstracto a esta pregunta humana sobre el sentido del sufrimiento. El hombre percibe su respuesta salv�fica a medida que �l mismo se convierte en part�cipe de los sufrimientos de Cristo. La respuesta que llega mediante esta participaci�n es... una llamada: 'S�gueme', 'Ven', toma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvaci�n del mundo, que se realiza a trav�s de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz" (n. 26). Por eso, ante el enigma del dolor, los cristianos podemos decir un decidido "h�gase, Se�or, tu voluntad" y repetir con Jes�s: "Padre m�o, si es posible, que pase de m� este c�liz; sin embargo, no se haga como yo quiero sino como quieres T�" (Mt 26,39).

3. La grandeza y dignidad del hombre est�n en ser hijo de Dios y estar llamado a vivir en �ntima uni�n con Cristo. Esa participaci�n en su vida lleva consigo el compartir su dolor. El m�s inocente de los hombres -el Dios hecho hombre- fue el gran sufriente que carg� sobre s� con el peso de nuestras faltas y de nuestros pecados. Cuando �l anuncia a sus disc�pulos que el Hijo del Hombre deb�a sufrir mucho, ser crucificado y resucitar al tercer d�a, advierte a la vez que si alguno quiere ir en pos de �l, ha de negarse a s� mismo, tomar su cruz de cada d�a, y seguirle (cf. Lc 9, 22ss). Existe, pues, una �ntima relaci�n entre la Cruz de Jes�s -s�mbolo del dolor supremo y precio de nuestra verdadera libertad- y nuestros dolores, sufrimientos, aflicciones, penas y tormentos que pueden pesar sobre nuestras almas o echar ra�ces en nuestros cuerpos. El sufrimiento se transforma y sublima cuando se es consciente de la cercan�a y solidaridad de Dios en esos momentos. Es esa la certeza que da la paz interior y la alegr�a espiritual propias del hombre que sufre generosamente y ofrece su dolor "como hostia viva, consagrada y agradable a Dios "(Rm 12,1). El que sufre con esos sentimientos no es una carga para los dem�s, sino que contribuye a la salvaci�n de todos con su sufrimiento.

Vistos as�, el dolor, la enfermedad y los momentos oscuros de la existencia humana, adquieren una dimensi�n profunda e, incluso esperanzada. Nunca se est� solo frente al misterio del sufrimiento: se est� con Cristo, que da sentido a toda la vida: a los momentos de alegr�a y paz, igual que a los momentos de aflicci�n y pena. Con Cristo todo tiene sentido, incluso el sufrimiento y la muerte; sin �l, nada se explica plenamente, ni siquiera los leg�timos placeres que Dios ha unido a los diversos momentos de la vida humana.

4. La situaci�n de los enfermos en el mundo y en la Iglesia no es, de ning�n modo, pasiva. A este respecto, quiero recordar las palabras que les dirigieron los Padres Sinodales al concluir la VII Asamblea general ordinaria del S�nodo de los Obispos: "Contamos con vosotros para ense�ar al mundo entero lo que es el amor. Haremos todo lo posible para que encontr�is el lugar al que ten�is derecho en la sociedad y en la Iglesia" (Per Concilii semitas ad Populum Dei Nuntius, 12). Como escrib� en mi Exhortaci�n apost�lica Christifideles laici "A todos y a cada uno se dirige el llamamiento del Se�or: tambi�n los enfermos son enviados como obreros a su vi�a. El peso que oprime a los miembros del cuerpo y menoscaba la serenidad del alma, lejos de retraerles del trabajar en la vi�a, los llama a vivir su vocaci�n humana y cristiana y a participar en el crecimiento del Reino de Dios con nuevas modalidades, incluso m�s valiosas [...] muchos enfermos pueden convertirse en portadores del 'gozo del Esp�ritu Santo en medio de muchas tribulaciones' (1Ts 1,6) y ser testigos de la Resurrecci�n de Jes�s" (n. 53). En este sentido, es oportuno tener presente que los que viven en situaci�n de enfermedad no s�lo est�n llamados a unir su dolor a la Pasi�n de Cristo, sino a tener una parte activa en el anuncio del Evangelio, testimoniando, desde la propia experiencia de fe, la fuerza de la vida nueva y la alegr�a que vienen del encuentro con el Se�or resucitado (cf. 2Co 4, 10-11; 1P 4, 13; Rm 8, 18ss).

Con estos pensamientos he querido suscitar en cada uno y cada una de Ustedes los sentimientos que llevan a vivir las pruebas actuales con un sentido sobrenatural, sabiendo ver en ellas una ocasi�n para descubrir a Dios en medio de las tinieblas y los interrogantes, y adivinar los amplios horizontes que se vislumbran desde lo alto de nuestras cruces de cada d�a.

5. Quiero extender mi saludo a todos los enfermos de M�xico, muchos de los cuales est�n siguiendo esta visita a trav�s de la radio o de la televisi�n; a sus familiares, amigos y a cuantos les ayudan en estos momentos de prueba; al personal m�dico y sanitario, que ofrecen el contributo de su ciencia y de sus atenciones para superarlos o, por lo menos, hacerlos m�s llevaderos; a las autoridades civiles que se preocupan por el progreso de los hospitales y los dem�s centros asistenciales de los diferentes Estados y del Pa�s entero. Una menci�n especial quiero reservar a las personas consagradas que viven su carisma religioso en el campo de la salud, as� como a los sacerdotes y a los dem�s agentes pastorales que les ayudan a encontrar en la fe consuelo y esperanza.

No puedo dejar de agradecer las oraciones y sacrificios que ofrecen muchos de Ustedes por mi persona y mi ministerio de Pastor de la Iglesia universal.

Al entregar este Mensaje a Mons. Jos� Lizares Estrada, Obispo auxiliar de Monterrey y Presidente de la Comisi�n Episcopal de Pastoral de la Salud, les renuevo mi saludo y mi afecto en el Se�or y, por intercesi�n de la Virgen de Guadalupe, que al Beato Juan Diego le dijo "�No soy yo tu salud?"-manifest�ndose as� como quien invocamos los cristianos con el t�tulo de "Salus infirmorum"-, les imparto de coraz�n la Bendici�n Apost�lica.

Ciudad de M�xico, 24 de enero de 1999.

 

Estadio Azteca
Encuentro con Representantes de todas las Generaciones del Siglo

CIUDAD DE M�XICO - 25.01.1999

Texto original

(1� parte)

Fin de siglo y de milenio a la luz del Concilio Vaticano II

Amados hermanos y hermanas:

1. Dentro de poco se concluir�n un siglo y un milenio trascendentales para la historia de la Iglesia y de la humanidad. En esta hora significativa, Ustedes est�n llamados a tomar renovada conciencia de ser los depositarios de una rica tradici�n humana y religiosa. Es tarea suya transmitir a las nuevas generaciones ese patrimonio de valores para alimentar su vitalidad y su esperanza, haci�ndoles part�cipes de la fe cristiana, que ha forjado su pasado y ha de caracterizar su futuro.

Hace ahora mil a�os, en el 999 de nuestra era, el furor de quienes adoraban a un dios violento, dici�ndose sus representantes, hizo desaparecer a Quetzalc�alt, el rey-profeta de los toltecas, pues se opon�a al uso de la fuerza para resolver los conflictos humanos. Al aproximarse a la muerte, llevaba en sus manos una cruz que para �l y sus disc�pulos simbolizaba la coincidencia entre todas las ideas en b�squeda de la armon�a. Hab�a transmitido a su pueblo altas ense�anzas: "El bien se impondr� siempre sobre el mal". "El hombre es el centro de todo lo creado". "Las armas nunca ser�n compa�eras de la palabra; es �sta la que despeja las nubes de la tormenta para que nos llene la claridad divina" (cf. Ra�l Horta, El Humanismo en el Nuevo Mundo, cap. II). En estas y otras ense�anzas de Quetzalc�alt podemos ver "como una preparaci�n al Evangelio" (cf. Lumen gentium, 16), que los antepasados de muchos de Ustedes tendr�an el gozo de acoger quinientos a�os m�s tarde.

2. Este milenio ha conocido el encuentro entre dos mundos, marcando un rumbo in�dito en la historia de la humanidad. Para Ustedes es el milenio del encuentro con Cristo, de las apariciones de Santa Mar�a de Guadalupe en el Tepeyac, de la primera evangelizaci�n y consiguiente implantaci�n de la Iglesia en Am�rica.

Los �ltimos cinco siglos han dejado una huella decisiva en la identidad y el destino del Continente. Son quinientos a�os de historia com�n, tejida entre los pueblos aut�ctonos y las gentes venidas de Europa, a las que se a�adieron sucesivamente las provenientes de Africa y Asia. Con el fen�meno caracter�stico del mestizaje se ha puesto de relieve que todas las razas son iguales en dignidad y con derecho a su cultura. En toda esta amplia y compleja andadura, Cristo ha estado incesantemente presente en el caminar de los pueblos americanos, d�ndoles tambi�n como Madre a la suya, la Virgen Mar�a, a la que Ustedes tanto aman.

3. Como sugiere el lema con que M�xico ha querido recibir por cuarta vez al Papa, -"Nace un milenio. Reafirmamos la fe"-, la nueva �poca que se aproxima debe llevar a consolidar la fe de Am�rica en Jesucristo. Esta fe, vivida cotidianamente por numerosos creyentes, ser� la que anime e inspire las pautas necesarias para superar las deficiencias en el progreso social de las comunidades, especialmente de las campesinas e ind�genas; para sobreponerse a la corrupci�n que empa�a tantas instituciones y ciudadanos; para desterrar el narcotr�fico, basado en la carencia de valores, en el ansia de dinero f�cil y en la inexperiencia juvenil; para poner fin a la violencia que enfrenta de manera sangrienta a hermanos y clases sociales. S�lo la fe en Cristo da origen a una cultura opuesta al ego�smo y a la muerte.

Padres y abuelos aqu� presentes: a Ustedes les corresponde transmitir a las nuevas generaciones arraigadas convicciones de fe, pr�cticas cristianas y sanas costumbres morales. En ello, les ser�n de ayuda las ense�anzas del �ltimo Concilio.

4. El Concilio Vaticano II, como respuesta evang�lica a la reciente evoluci�n del mundo y comienzo de una nueva primavera cristiana (cf. Tertio millennio adveniente, 18), ha sido providencial para el siglo XX. Este siglo ha visto dos guerras mundiales, el horror de los campos de concentraci�n, persecuciones y matanzas, pero ha sido testigo tambi�n de progresos esperanzadores para el futuro, como el nacimiento de las Naciones Unidas y la Declaraci�n Universal de los Derechos Humanos.

Por eso, me complazco en constatar los beneficios aportados por la acogida de las orientaciones conciliares, como son el hondo sentido de comuni�n y fraternidad entre los Obispos de Am�rica que, en estrecha uni�n con el Papa, se ha puesto de manifiesto en la celebraci�n del S�nodo que ayer clausur� solemnemente; el creciente compromiso de los laicos en la edificaci�n de la Iglesia; el desarrollo de movimientos que impulsan la santidad de vida y el apostolado de sus miembros; el aumento de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada que se detecta en diversos lugares, entre ellos M�xico.

Aqu� est�n presentes cuatro generaciones, y les pregunto: �Es verdad que el mundo en el que vivimos es al mismo tiempo grande y fr�gil, excelso pero a veces desorientado? �Se trata de un mundo avanzado en unos aspectos pero retr�grado en tantos otros? Y sin embargo, este mundo -nuestro mundo- tiene necesidad de Cristo, Se�or de la historia, que ilumina el misterio del hombre y con su Evangelio lo gu�a en la b�squeda de soluciones a los principales problemas de nuestro tiempo (cf. Gaudium et spes, 10).

Porque algunos poderosos volvieron sus espaldas a Cristo, este siglo que concluye asiste impotente a la muerte por hambre de millones de seres humanos, aunque parad�jicamente aumenta la producci�n agr�cola e industrial; renuncia a promover los valores morales, corro�dos progresivamente por fen�menos como la droga, la corrupci�n, el consumismo desenfrenado o el difundido hedonismo; contempla inerme el creciente abismo entre pa�ses pobres y endeudados y otros fuertes y opulentos; sigue ignorando la perversi�n intr�nseca y las terribles consecuencias de la "cultura de la muerte"; promueve la ecolog�a, pero ignora que las ra�ces profundas de todo atentado a la naturaleza son el desorden moral y el desprecio del hombre por el hombre.

5. �Am�rica, tierra de Cristo y de Mar�a! t� tienes un papel importante en la construcci�n del mundo nuevo que el Concilio Vaticano II quiso promover. Debes comprometerte para que la verdad prevalezca sobre tantas formas de mentira; para que el bien se sobreponga al mal, la justicia a la injusticia, la honestidad a la corrupci�n. Acoge sin reservas la visi�n conciliar del hombre, creado por Dios y redimido por Jesucristo. As� alcanzar�s la plena verdad de los valores morales, frente al espejismo de certezas moment�neas, s�lo precarias y subjetivas.

Quienes formamos la Iglesia -Obispos, sacerdotes, consagrados y laicos- nos sentimos comprometidos con el anuncio salvador de Cristo. Siguiendo su ejemplo, no queremos imponer su mensaje, sino proponerlo en plena libertad, recordando que s�lo �l tiene palabras de vida eterna y confiando plenamente en la fuerza y la acci�n del Esp�ritu Santo en lo m�s �ntimo del coraz�n humano.

�Que Ustedes, cat�licos de todas las generaciones del siglo XX, sean portadores y testigos de la gran esperanza de la Iglesia en todos los ambientes donde Dios los ha enviado como semillas de fe, de esperanza y de un amor sin fronteras para todos sus hermanos!

(2� parte)

El Siglo XXI, siglo de la nueva evangelizaci�n

y del gran reto de los j�venes cristianos.

6. El a�o pr�ximo celebraremos dos milenios desde que "la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros" (Jn 1, 14). El Hijo de Dios hecho hombre ense�� a todos a ser hombres y mujeres aut�nticos, compadeci�ndose de las muchedumbres que encontraba como ovejas sin pastor y dando su vida por nuestra salvaci�n. Su presencia y acci�n contin�an en la tierra a trav�s de su Iglesia, su Cuerpo M�stico. Por eso, cada cristiano est� llamado a anunciar, testimoniar y hacer presente a Cristo en todos los ambientes, en las diferentes culturas y �pocas de la historia.

7. La evangelizaci�n, tarea primordial, misi�n y vocaci�n propia de la Iglesia (cf. Evangelii nuntiandi, 14), nace precisamente de la fe en la Palabra, que es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (cf. Jn 1,9). A cuantos hoy se encuentran unidos al Papa, aqu� o a trav�s de los medios de comunicaci�n, les digo: �Si�ntanse responsables de difundir esta luz que han recibido!

Pronto terminar�n un siglo y un milenio, en los cuales a pesar de tantos conflictos, se ha promovido el valor de la persona por encima de las estructuras sociales, pol�ticas y econ�micas. A este respecto, la nueva evangelizaci�n lleva tambi�n consigo la respuesta de la Iglesia a este importante cambio de perspectiva hist�rica. Cada uno de Ustedes, con su modo de vivir y su compromiso cristiano, ha de testimoniar, a lo largo y ancho de Am�rica y del mundo, que Cristo es el verdadero promotor de la dignidad humana y de su libertad.

8. Los disc�pulos de Cristo deseamos que en el pr�ximo siglo prevalezca la unidad y no las divisiones; la fraternidad y no los antagonismos; la paz y no las guerras. Esto es tambi�n un objetivo esencial de la nueva evangelizaci�n. Ustedes, como hijos de la Iglesia, deben trabajar para que la sociedad global que se acerca no sea espiritualmente indigente ni herede los errores del siglo que concluye.

Para ello es necesario decir s� a Dios y comprometerse con �l en la construcci�n de una nueva sociedad donde la familia sea un �mbito de generosidad y amor; la raz�n dialogue serenamente con la fe; la libertad favorezca una convivencia caracterizada por la solidaridad y la participaci�n. En efecto, quien tiene al Evangelio como gu�a y norma de vida no puede permanecer en una actitud pasiva, sino que ha de compartir y difundir la luz de Cristo, incluso con el propio sacrificio.

9. La nueva evangelizaci�n ser� semilla de esperanza para el nuevo milenio si Ustedes, cat�licos de hoy, se esfuerzan en transmitir a las generaciones venideras la preciosa herencia de valores humanos y cristianos que han dado sentido a su vida. Ustedes, hombres y mujeres que con el paso de los a�os han acumulado preciosas ense�anzas de la vida; Ustedes tienen la misi�n de procurar que las nuevas generaciones reciban una s�lida formaci�n cristiana durante su preparaci�n intelectual y cultural, para evitar que el pujante progreso les cierre a lo trascendente. En fin, pres�ntense siempre como infatigables promotores de di�logo y concordia frente al predominio de la fuerza sobre el derecho y a la indiferencia ante los dramas del hambre y la enfermedad que acucian a grandes masas de la poblaci�n.

10. Por su parte, Ustedes, j�venes y muchachos que miran hacia el ma�ana con el coraz�n lleno de esperanza, est�n llamados a ser los art�fices de la historia y de la evangelizaci�n ya en el presente y luego en el futuro. Una prueba de que no han recibido en vano tan rico legado cristiano y humano ser� su decidida aspiraci�n a la santidad, tanto en la vida de familia que muchos formar�n dentro de unos a�os, como entreg�ndose a Dios en el sacerdocio o la vida consagrada si son llamados a ello.

El Concilio Vaticano II nos ha recordado que todos los bautizados, y no s�lo algunos privilegiados, est�n llamados a encarnar en su existencia la vida de Cristo, a tener sus mismos sentimientos y a confiar plenamente en la voluntad del Padre, entreg�ndose sin reservas a su plan salv�fico, iluminados por el Esp�ritu Santo, llenos de generosidad y de amor incansable por los hermanos, especialmente los m�s desfavorecidos. El ideal que Jesucristo les propone y ense�a con su vida es ciertamente muy alto, pero es el �nico que puede dar sentido pleno a la vida. Por eso, desconf�en de los falsos profetas que proponen otras metas, m�s confortables tal vez, pero siempre enga�osas. �No se conformen con menos!

11. Los cristianos del siglo XXI tienen tambi�n una fuente inagotable de inspiraci�n en las comunidades eclesiales de los primeros siglos. Quienes hab�an convivido con Jes�s, o escuchado directamente el testimonio de los Ap�stoles, sintieron sus vidas como transformadas e inundadas de una nueva luz. Pero debieron vivir su fe en un mundo indiferente e incluso hostil. Hacer penetrar la verdad del Evangelio, trastocar muchas convicciones y costumbres que denigraban la dignidad humana, supuso grandes sacrificios, firme constancia y una gran creatividad. S�lo con la fe inquebrantable en Cristo, alimentada constantemente por la oraci�n, la escucha de la Palabra y la participaci�n asidua en la Eucarist�a, las primeras generaciones cristianas pudieron superar aquellas dificultades y consiguieron fecundar la historia humana con la novedad del Evangelio, derramando, tantas veces, la propia sangre.

En la nueva era que despunta, era de la inform�tica y de los poderosos medios de comunicaci�n, abocada a una globalizaci�n cada vez m�s fluida de las relaciones econ�micas y sociales, Ustedes, querid�simos j�venes, y sus coet�neos tienen ante s� el reto de abrir la mente y el coraz�n de la humanidad a la novedad de Cristo y a la gratuidad de Dios. S�lo de este modo se alejar� el riesgo de un mundo y una historia sin alma, engre�da de sus conquistas t�cnicas pero carente de esperanza y de sentido profundo.

11. Ustedes, j�venes de M�xico y de Am�rica, han de procurar que el mundo que un d�a se les confiar� est� orientado hacia Dios, y que las instituciones pol�ticas o cient�ficas, financieras o culturales se pongan al servicio aut�ntico del hombre, sin distinci�n de razas ni clases sociales. La sociedad del ma�ana ha de saber gracias a Ustedes, por la alegr�a que dimana de su fe cristiana vivida en plenitud, que el coraz�n humano encuentra la paz y la plena felicidad s�lo en Dios. Como buenos cristianos, han de ser tambi�n ciudadanos ejemplares, capaces de trabajar junto con los hombres de buena voluntad para transformar pueblos y regiones, con la fuerza de la verdad de Jes�s y de una esperanza que no decae ante las dificultades. Traten de poner en pr�ctica el consejo de San Pablo: "No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien" (Rm 12, 21).

12. Les dejo como recuerdo y como prenda las palabras de despedida de Jes�s, que iluminan el futuro y alientan nuestra esperanza: "Yo estoy con Ustedes todos los d�as hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).

En nombre del Se�or, vayan Ustedes decididamente a evangelizar el propio ambiente para que sea m�s humano, fraterno y solidario; m�s respetuoso de la naturaleza que se nos ha encomendado. Contagien la fe y los ideales de vida a todas las gentes del Continente, no con confrontaciones in�tiles, sino con el testimonio de la propia vida. Revelen que Cristo tiene palabras de vida eterna, capaces de salvar a los hombres de ayer, de hoy y de ma�ana. Revelen a sus hermanos el rostro divino y humano de Jesucristo, Alfa y Omega, Principio y Fin, el Primero y el Ultimo de toda la creaci�n y de toda la historia, tambi�n de la que Ustedes est�n escribiendo con sus vidas.

 

Aeropuerto internacional Benito Ju�rez
Ceremonia de despedida
CIUDAD DE M�XICO - 26.01.1999

Texto original

Se�or Presidente,

Se�ores Cardenales y Hermanos en el Episcopado,

Excelent�simas Autoridades,

Amad�simos hermanos y hermanas de M�xico:

1. Las densas y emotivas jornadas con el Pueblo de Dios que peregrina en tierras mexicanas han dejado en m� profunda huella. Me llevo grabados los rostros de tantas personas encontradas durante estos d�as. Estoy muy agradecido a todos por su cordial hospitalidad, expresi�n genuina del alma mexicana, y sobre todo por haber podido compartir intensos momentos de oraci�n y reflexi�n en las celebraciones de la Santa Misa en la Bas�lica de Guadalupe y en el Aut�dromo "Hermanos Rodr�guez"; en la visita al Hospital "Licenciado Adolfo L�pez Mateos" y el memorable encuentro con las cuatro generaciones en el Estadio Azteca.

2. Pido a Dios que bendiga y recompense a todos los que han cooperado en la realizaci�n de esta Visita. Le estoy muy reconocido, Se�or Presidente, por sus amables palabras a mi llegada, por haberme recibido en su Residencia Presidencial, por todas las atenciones que ha tenido hacia mi persona, as� como por la colaboraci�n prestada por las Autoridades.

Mi gratitud se extiende tambi�n al Se�or Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de M�xico, as� como a los dem�s Obispos mexicanos y a los venidos de todo el Continente, que han colaborado para que esta Visita se viviera con tanta intensidad. Mi agradecimiento se hace oraci�n invocando del Cielo las mejores bendiciones para este pueblo que en tantas ocasiones ha demostrado su fidelidad a Dios, a la Iglesia y al Sucesor de san Pedro. Por eso, desde aqu� elevo mi voz hacia lo alto:

�Dios te bendiga, M�xico!, por los ejemplos de humanidad y de fe de tus gentes, por los esfuerzos en defender la familia y la vida.

�Dios te bendiga, M�xico!, por la fidelidad y amor de tus hijos a la Iglesia. Los hombres y mujeres que componen el rico mosaico de tus diversas y fecundas culturas encuentran en Cristo la fuerza para superar antiguos o recientes antagonismos y sentirse hijos de un mismo Padre.

�Dios te bendiga, M�xico!, que cuentas con numerosos pueblos ind�genas, cuyo progreso y respeto quieres promover. Ellos conservan ricos valores humanos y religiosos y quieren trabajar juntos para construir un futuro mejor.

�Dios te bendiga, M�xico!, que te esfuerzas en desterrar para siempre las luchas que dividieron a tus hijos mediante un di�logo fecundo y constructivo. Un di�logo en el que nadie quede excluido y acumune a�n m�s a todos tus habitantes, a los creyentes fieles a su fe en Cristo y a los que est�n alejados de �l. S�lo el di�logo fraterno entre todos dar� vigor a los proyectos de futuras reformas, auspiciadas por los ciudadanos de buena voluntad, pertenecientes a todos los credos religiosos y a los diversos sectores pol�ticos y culturales.

�Dios te bendiga, M�xico!, que sigues extra�ando a tus hijos emigrantes en busca de pan y trabajo. Ellos han contribuido tambi�n a propagar la fe cat�lica en sus nuevos ambientes y a construir una Am�rica que, como manifestaron los Obispos en el S�nodo, quiere ser solidaria y fraterna.

�Dios te bendiga, M�xico!, por la libertad religiosa que vas reconociendo para quienes lo adoran dentro de tus fronteras. Esta libertad, garant�a de estabilidad, da pleno sentido a las dem�s libertades y derechos fundamentales.

�Dios te bendiga M�xico!, por la Iglesia que est� presente en tu suelo. Los Obispos, junto con los sacerdotes, consagrados, consagradas y laicos, comprometidos en la nueva evangelizaci�n, fieles a Cristo y a su Evangelio, anuncian en tu tierra, desde hace casi cinco siglos, el Reino de Dios.

3. M�xico es un gran Pa�s, que hunde sus ra�ces en un pasado rico por su fe cristiana y abierto hacia el futuro en su clara vocaci�n americana y mundial. Recorriendo las calles del Distrito Federal, teniendo presente en el coraz�n a los Estados que integran a la Naci�n, he sentido nuevamente el latir de este noble pueblo, que con tanto afecto me recibi� en mi primer viaje apost�lico fuera de Roma, al inicio de mi ministerio petrino. En su acogida veo el fiel reflejo de una realidad que se abre camino en la vida mexicana: la de un nuevo clima en las relaciones respetuosas, s�lidas y constructivas entre el Estado y la Iglesia, superando otros tiempos, que, con sus luces y sombras, son ya historia. Este nuevo clima favorecer� cada vez m�s la colaboraci�n en favor del pueblo mexicano.

4. Al concluir esta visita pastoral, quiero reafirmar mi plena confianza en el porvenir de este pueblo. Un futuro en el que M�xico, cada vez m�s evangelizado y m�s cristiano, sea un pa�s de referencia en Am�rica y en el mundo; un pa�s donde la democracia, cada d�a m�s arraigada y firme, m�s trasparente y efectiva, junto con la gozosa y pac�fica convivencia entre sus gentes, sea siempre una realidad bajo la tierna mirada de su Reina y Madre, la Virgen de Guadalupe.

Para Ella mi �ltima mirada y mi �ltimo saludo antes de dejar por cuarta vez esta bendita tierra mexicana. A Ella conf�o a todos y cada uno de sus hijos mexicanos, cuyo recuerdo llevo en mi coraz�n. �Virgen de Guadalupe, vela sobre M�xico! �vela sobre todo el querido Continente americano!


ECCLESIA IN AMERICA:
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Laudetur Jesus Christus.
Et Maria Mater ejus. Amen
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