La Muerte de San José
Ana Catalina Emmerich.

Capítulo XCVI, Libro II
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Cuando Jesús se acercaba a los treinta años, José se iba debilitando cada
vez más, y vi a Jesús y a María muchas veces con él. María sentábase
a menudo en el suelo, delante de su lecho, o en una tarima redonda baja, de
tres pies, de la cual se servía en algunas ocasiones como de mesa. Los vi
comer pocas veces: cuando traían una refección a José a su lecho era ésta de
tres rebanadas blancas como de dos dedos de largo, cuadradas, puestas en
un plato o bien pequeñas frutas en una taza. Le daban de beber en una especie de ánfora.

Cuando José murió, estaba María sentada a la cabecera de la
cama y le tenía en brazos, mientras Jesús estaba junto a su pecho. Vi el apo-
sento lleno de resplandor y de ángeles. José, cruzadas las manos en el pe-
cho, fue envuelto en lienzos blancos, colocado en un cajón estrecho y depo-
sitado en la hermosa caverna sepulcral que un buen hombre le había regala-
do. Fuera de Jesús y María, unas pocas personas acompañaron el ataúd, que
vi, en cambio, entre resplandores y ángeles.

Hubo José de morir antes que Jesús pues no hubiera podido sufrir la cruci-
fixión del Señor: era demasiado débil y amante. Padecimientos grandes fue-
ron ya para él las persecuciones que entre los veinte y treinta años tuvo que
soportar el Salvador, por toda suerte de maquinaciones de parte de los judí-
os, los cuales no lo podían sufrir: decían que el hijo del carpintero quería
saberlo todo mejor y estaban llenos de envidia, porque impugnaba muchas
veces la doctrina de los fariseos y tenía siempre en torno de Sí a numerosos
jóvenes que le seguían.

María sufrió infinitamente con estas persecuciones.
A mí siempre me parecieron mayores estas penas que los martirios efecti-
vos. Indescriptible es el amor con que Jesús soportó en su juventud las per-
secuciones y los ardides de los judíos. Como iba con sus seguidores a la
fiesta de Jerusalén, y solía pasear con ellos, los fariseos de Nazaret lo llama-
ban vagabundo. Muchos de estos seguidores de Cristo no perseveraban y le
abandonaban.

Después de la muerte de José, se trasladaron Jesús y María a un pueblito de
pocas casas entre Cafarnaúm y Betsaida, donde un hombre de nombre Leví,
de Cafarnaúm, que amaba a la Sagrada Familia, le dio a Jesús una casita pa-
ra habitar, situada en lugar apartado y rodeada de un estanque de agua. Vi-
vían allí mismo algunos servidores de Leví para atender los quehaceres do-
mésticos; la comida la traían de la casa de Leví.

Había entonces en torno del lago de Cafarnaúm una comarca muy fértil,
con hermosos valles, y he visto que recogían allí varias cosechas al año:
el aspecto era hermoso por el verdor, las flores y las frutas.




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