Montfort con la VirgenEl Secreto Admirable del Santísimo Rosario
(algunos pasajes)
San Luis María Grignon de Montfort

 EL PADRENUESTRO

42-Cuando rezamos esta divina oración, realizamos tantos actos de las más sublimes virtudes cristianas como palabras pronunciamos. Al decir: Padre nuestro que estás en los cielos, hacemos actos de fe, adoración y humildad. Al desear que su nombre sea santificado y glorificado, manifestamos celo ardiente por su gloria.

Al pedir posesión de su Reino, hacemos un acto de esperanza. Al desear que se cumpla su voluntad en la tierra como en el cielo, mostramos espíritu de perfecta obediencia. Pidiéndole que nos dé el pan nuestro de cada día, practicamos la pobreza según el espíritu y el desapego de los bienes de la tierra. Al rogarle que perdone nuestros pecados, hacemos un acto de contrición. Al perdonar a quienes nos han ofendido, ejercitamos la misericordia en la más alta perfección. Al implorar ayuda en la tentación, hacemos actos de humildad, prudencia y fortaleza. Al esperar que nos libre del mal, practicamos la paciencia. Finalmente, al pedir todo esto no sólo para nosotros, sino también para el prójimo y para todos los miembros de la Iglesia, nos comprometemos como verdaderos hijos de Dios, lo imitamos en la caridad, que abraza a todos los hombres, y cumplimos el mandamiento de amar al prójimo.

44- Detestamos, además, todos los pecados y practicamos todos los mandamientos de Dios cuando –al rezar esta oración- nuestro corazón sintoniza con la lengua y no mantenemos intenciones contrarias a estas divinas palabras. Puesto que, cuando reflexionamos en que Dios está en los cielos –es decir, infinitamente por encima de nosotros por la grandeza de su majestad-, entramos en los sentimientos del más profundo respeto en su presencia y, sobrecogidos de temor, huimos del orgullo y nos abatimos hasta el anonadamiento. Al pronunciar el nombre de Padre, recordamos que de Dios hemos recibido la existencia por medio de nuestros padres y la instrucción por medio de nuestros maestros. Todos los cuales representan para nosotros a Dios, cuya viva imagen constituyen. Por ello, nos sentimos obligados a honrarlos, o mejor dicho, a honrar a Dios en sus personas, y nos guardamos mucho de despreciarlos y afligirlos.

Cuando deseamos que el santo nombre de Dios sea glorificado, estamos bien lejos de profanarlo. Cuando consideramos el Reino de Dios como nuestra herencia, renunciamos a todo apego desordenado a los bienes de este mundo. Cuando pedimos con sinceridad para nuestro prójimo los bienes que deseamos para nosotros, renunciamos al odio, la disensión y la envidia.

Al pedir a Dios el pan de cada día, detestamos la gula y la voluptuosidad, que se nutre en la abundancia. Al rogar a Dios con sinceridad que nos perdone como perdonamos a quienes nos han ofendido, reprimimos la cólera y la venganza, devolvemos bien por mal y amamos a nuestros enemigos. Al pedir a Dios que no nos deje caer en el pecado en el momento de la tentación, manifestamos huir de la pereza y buscar los medios para combatir los vicios y salvarnos. Al rogar a Dios que nos libre del mal, tememos su justicia y nos alegramos, porque el temor de Dios es el principio de la sabiduría: el temor de Dios hace que el hombre evite el pecado.


EL AVEMARÍA: SUS EXCELENCIAS

45- La Santísima Virgen recibió esta divina salutación en orden a llevar a feliz término el asunto más sublime e importante del mundo, a saber: la encarnación del Verbo eterno, la reconciliación entre Dios y los hombres y la redención del género humano. Embajador de esta buena noticia fue el arcángel Gabriel, uno de los primeros príncipes de la corte celestial.

La salutación angélica contiene la fe y esperanza de los patriarcas, de los profetas y de los apóstoles. Es la constancia y la fortaleza de los mártires, la ciencia de los doctores, la perseverancia de los confesores y la vida de los religiosos (beato Alano). Es el cántico nuevo de la ley de la gracia, la alegría de los ángeles y de los hombres y el terror y confusión de los demonios.

Por la salutación angélica, Dios se hizo hombre, una virgen se convirtió en Madre de Dios, las almas de los justos fueron liberadas del limbo, se repararon las ruinas del cielo y los tronos vacíos fueron de nuevo ocupados, el pecado fue perdonado, se nos devolvió la gracia, se curaron las enfermedades, los muertos resucitaron, se llamó a los desterrados, se aplacó la Santísima Trinidad y los hombres obtuvieron la vida eterna. Finalmente, la salutación angélica es el arco iris, la señal de la clemencia y de la gracia dadas al mundo por Dios (beato Alano).


 EL AVEMARÍA: SU BELLEZA

46- ...La salutación angélica es uno de los cánticos más bellos que podemos entonar a la gloria del Altísimo: <<Te cantaré un cántico nuevo.>> La salutación angélica es precisamente el cántico nuevo que David predijo se cantaría en la venida del Mesías.

Hay un cántico antiguo y un cántico nuevo. El antiguo es el que cantaron los israelitas en acción de gracias por ... todos los favores celestiales. El cántico nuevo es el que entonan los cristianos en acción de gracias por la encarnación y la redención. Dado que estos prodigios se realizaron por el saludo del ángel, repetimos esta salutación para agradecer a la Santísima Trinidad por tan inestimables beneficios.

Alabamos a Dios Padre por haber amado tanto al mundo que le dio su Unigénito para salvarlo. Bendecimos a Dios Hijo por haber descendido del cielo a la tierra, por haberse hecho hombre y habernos salvado. Glorificamos al Espíritu Santo por haber formado en el seno de la Virgen María su cuerpo purísimo, que fue víctima de nuestros pecados. Con estos sentimientos de gratitud debemos rezar la salutación angélica, acompañándola de actos de fe, esperanza, caridad y acción de gracias por el beneficio de nuestra salvación.

(47) Aunque este cántico nuevo se dirige directamente a la madre de Dios y contiene sus elogios, es –no obstante- muy glorioso para la Santísima Trinidad, porque todo el honor que tributamos a la Santísima Virgen vuelve a Dios, causa de todas sus perfecciones y virtudes. Con él glorificamos a Dios Padre, porque honramos a la más perfecta de sus criaturas. Glorificamos al Hijo, porque alabamos a su Purísima Madre. Glorificamos al Espíritu Santo, porque admiramos las gracias con que colmó a su Esposa.

Del mismo modo que la Santísima Virgen con su hermoso cántico, el Magnificat, dirige a Dios las alabanzas y bendiciones que le tributó santa Isabel por su eminente dignidad de Madre del Señor, dirige inmediatamente a Dios los elogios y bendiciones que le presentamos mediante la salutación angélica.


(48) Si la salutación angélica glorifica a la Santísima Trinidad, también constituye la más perfecta alabanza que podamos dirigir a María.

Deseaba santa Matilde saber cuál era el mejor medio para testimoniar su tierna devoción a la Madre de Dios. Un día, arrebatada en éxtasis, vio a la Santísima Virgen que llevaba sobre el pecho la salutación angélica en letras de oro, y le dijo: "Hija mía, nadie puede honrarme con saludo más agradable que el que me ofreció la adorabilísima Trinidad. Por él me elevó a la dignidad de Madre de Dios. La palabra Ave –que es el nombre de Eva- me hizo saber que Dios en su omnipotencia me había preservado de toda mancha de pecado y de las calamidades a que estuvo sometida la primera mujer.

El nombre de María –que significa Señora de la luz- indica que Dios me colmó de sabiduría y luz, como astro brillante, para iluminar los cielos y la tierra.

Las palabras llena de gracia me recuerdan que el Espíritu Santo me colmó de tantas gracias, que puedo comunicarlas con abundancia a quienes las piden por mediación mía.

Diciendo el Señor es contigo, siento renovarse la inefable alegría que experimenté cuando el Verbo eterno se encarnó en mi seno.

Cuando me dicen bendita tú eres entre todas las mujeres, tributo alabanzas a la misericordia divina, que se dignó elevarme a tan alto grado de felicidad.

Ante las palabras bendito es el fruto de tu vientre, Jesús, todo el cielo se alegra conmigo al ver a Jesús, mi Hijo, adorado y glorificado por haber salvado al hombre."

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Laudetur Jesus Christus.
Et Maria Mater ejus. Amen