LA PASIÓN DE CRISTO
Carlos Mántica,

Han tildado de ¨cruda¨ la versión de Mel Gibson sobre La Pasión de Cristo, que yo juzgo más bien respetuosa y compasiva. Ya sé que nunca habíamos visto o imaginado siquiera los destrozos del flagelum romano de tres puntas de hueso o de metal con el que literalmente se desollaba vivo al reo. La Sábana de Turín nos muestra 121 azotes triples dados con saña a un hombre totalmente desnudo. No hay parte ilesa en su cuerpo y más bien las fotos ultravioletas revelan el sadismo escalofriante de unos verdugos.  ¡Cuanta violencia!, exclaman, y no queda claro si condenan la violencia que sufrió el flagelado o al que solamente se ha atrevido a mostrarla.

Quizás por respeto al Rey de Reyes, Gibson ha evitado mostrar las muecas grotescas y desesperadas de una persona sometida a ciertas torturas: Las muecas de quien sufre de una sed enloquecedora, de un hombre con fiebre de 40 o 41 grados y totalmente deshidratado por la pérdida de sangre; los gestos convulsivos y los calambres musculares incontrolables que le ocasionan los clavos que atraviesan el nervio medio de sus manos perforadas y por la tetanización de todos sus músculos privados de oxígeno. Porque el mayor suplicio de los crucificados es la asfixia. El reo debe levantarse una y otra y otra vez apoyándose en las heridas de los clavos para poder aspirar un poco de aire. Cada palabra pronunciada requirió un esfuerzo sobre humano. Y Gibson ha preferido evitar que viéramos las muecas del que se está ahogando tratando con intentos angustiados de posponer su muerte. Es para acelerar la muerte por asfixia que se quiebran las rodillas a los otros dos reos que deben morir antes de la llegada de la Pascua, salvándose así de un suplicio que podía prolongarse por varios días. En la Sábana de Turín el pecho de Jesús se ve deformado y dilatado por la asfixia, aunque su muerte haya sido quizás acelerada por tanto dolor y su corazón haya reventado antes.

Pero Gibson jamás podía haber mostrado la plenitud de su sufrimiento porque ningún medio gráfico puede penetrar más allá de la profundidad del flagelum o de los clavos en la piel de El Salvador. No podía mostrar aquellas otras heridas que llegan hasta el alma y la destrozan, y que se suman a su Calvario: La traición del amigo cuyo beso en Getsemaní le quemó el alma; el abandono de sus más íntimos seguidores, la triple negación de su más fiel Apóstol, el odio de los sacerdotes y de las autoridades religiosas de su Pueblo Escogido, la cobardía del prepotente Procurador, quien no tendría autoridad sobre él si Su Padre no se la hubiera dado, la vulgaridad de los torturadores que al igual que la humillación muchas veces duelen más que las torturas, la ausencia de quienes poco antes lo aclamaron y recibieron en Jerusalén con palmas, y de los miles que buscaron sus curaciones y milagros; la vergüenza de su total desnudez exhibida en el madero a la vista de todos, la angustia mortal de sentirse totalmente solo y abandonado, que unida a la aparente futilidad de su sacrificio daba un matiz atractivo al grito de "¡Bájate de la cruz!". 

Pero sobre todo la espada de dolor que, a pesar de su fortaleza, atraviesa el corazón de su Madre y que se clavó también en el corazón del Hijo, más profundamente que la misericordiosa lanza que clavarán en su costado para garantizar su muerte.

¡Cuando termine la película di solamente: ¡Gracias Señor por haber tomado mi lugar!

Carlos Mántica
Texto abreviado



Regreso a la página principal
www.catolico.org