LA LIMOSNA
San Juan María Vianney
Adaptación catolico.org

Ver también: Limosna - caridad | Diezmo

 ¿Podemos imaginarnos algo más consolador para un cristiano que tuvo la desgracia de pecar que el hallar un medio tan fácil de expiar sus pecados? Jesucristo, nuestro divino Salvador, sólo piensa en nuestra felicidad y no ha escatimado medios para proporcionárnosla. Sí, la limosna nos rescata de la esclavitud del pecado y nos trae abundantes bendiciones. Mejor aún, la limosna nos libra de la condenación eterna. ¡Cuán bueno es Dios que con tan poca cosa se contenta!

Dios nos podía haber hecho a todos iguales. Pero previó que, por nuestra soberbia, no habríamos resistido el someternos unos a otros. Por ello puso a ricos y pobres, para que nos ayudásemos los unos a los otros a salvar nuestras almas. Los pobres se salvarán sufriendo con paciencia su pobreza e implorando con humildad el socorro de los ricos; y los ricos compadeciéndose de los pobres, dándoles limosna. De esta manera todos podemos salvarnos.  Pero será aborrecible ante los ojos de Dios aquel que ve sufrir a su hermano, y pudiendo aliviarle no lo hace.

      Para animaros a dar limosna, siempre que vuestras posibilidades lo permitan, y a darla con intenciones puras, solamente por Dios, voy a mostraros las virtudes de la limosna: 1- Cuán poderosa es ante Dios para alcanzar cuanto deseamos; 2- Cómo nos libra del temor del juicio final; 3- Cuán ingratos somos al mostrarnos ásperos con los pobres, ya que, al despreciarlos, es al mismo Jesucristo a quien menospreciamos.

1. -Solamente el día del juicio final llegaremos a conocer plenamente el valor de la limosna. Esta es la razón: la limosna se antepone a todas las demás buenas acciones, porque una persona caritativa ya posee las demás virtudes.

   Leemos en la Sagrada Escritura que el Señor dijo al profeta Isaías: «Vete a decir a mi pueblo que me han irritado tanto sus crímenes que no estoy dispuesto a soportarlos por más tiempo: voy a castigarlos perdiéndolos para siempre jamás». El profeta fue al pueblo reunido en asamblea y dijo: «Escucha, pueblo ingrato y rebelde, he aquí lo que dice el Señor tu Dios: Tus crímenes han agitado tanto mi furor contra tus hijos, que mis manos están llenas de rayos para aplastaros y perderos para siempre».

     Ya veis, les dice Isaías, que en vano elevaréis al Señor vuestras oraciones, pues El se tapará los oídos para no escucharlas; en vano lloraréis, en vano ayunaréis, en vano cubriréis de ceniza vuestras cabezas, pues El no volverá a vosotros sus ojos; si os mira, será en todo caso para destruiros. Sin embargo, en medio de tantos males oíd un consejo: dad una parte de vuestros bienes a vuestros hermanos indigentes; dad pan al que tiene hambre, vestido al que está desnudo, y veréis cómo súbitamente va a cambiarse la sentencia contra vosotros pronunciada.

      En efecto, en cuanto hubieron comenzado a poner en práctica lo que el profeta les aconsejara, el Señor llamó a Isaías, y le dijo: «Profeta ve a decir a mi pueblo que me han vencido, que la caridad ejercida ha sido más potente que mi cólera. Diles que les perdono y que les prometo mi amistad».

    ¡Hermosa virtud de la caridad; eres poderosa hasta para doblegar la justicia de Dios! Mas cuán desconocida eres de la mayor parte de los cristianos de nuestros días! ¿A qué se debe? A que estamos demasiado aferrados a la tierra, como si solo viviésemos para este mundo y no apreciásemos los bienes del cielo.

      Jesucristo, que en todo quiso servirnos de modelo, practicó la caridad hasta lo sumo. Si abandonó la diestra de su Padre para bajar a la tierra, si nació en la más humilde pobreza, si vivió en medio del sufrimiento y murió en el colmo del dolor, fue por caridad, a fin de salvarnos del abismo de males eternos en que nos precipitará el pecado.

     El profeta Daniel nos dice: «Si queremos inducir al Señor a olvidar nuestros pecados, hagamos limosna, y en seguida el Señor los borrará de su memoria».

     Habiendo el rey Nabucodonosor tenido un sueño que le aterrorizó, llamó ante su presencia al profeta Daniel y le suplicó que se lo interpretara. Le respondió: «Príncipe, vais a ser expulsados de la compañía de los hombres, comeréis hierbas como una bestia, el rocío del cielo mojará vuestro cuerpo y permaneceréis siete años en tal estado, a fin de que reconozcáis que todos los reinos pertenecen a Dios, que los entrega y los quita a quien le place. Príncipe, añadió el profeta, he aquí el consejo que voy a daros: expiad por vuestros pecados mediante la limosna, y libraos de  vuestras inquietudes mediante las buenas obras que hagais por los desgraciados».

     En efecto, el Señor se dejó conmover de tal manera por las limosnas y por todas las buenas obras que hizo el rey en favor de los pobres, que le devolvió el reino y le perdonó sus pecados.  

     Escuchad lo que el mismo Jesucristo nos dice en el Evangelio: «Si dais limosnas, yo bendeciré vuestros bienes de un modo especial. Dad, nos dice, y se os dará; si dais en abundancia, se os dará también en abundancia». El Espíritu Santo nos dice por boca del Sabio: «¿Queréis haceros ricos? Dad limosna, ya que el sello del indigente es un campo tan fértil que rinde ciento por uno». San Juan, conocido con el sobrenombre de «el limosnero», por la gran caridad que por los pobres sentía, nos dice que cuanto más daba, más recibía: «Un día, refiere él, encontré a un pobre sin vestido, y le entregué el que yo llevaba. En seguida una persona me facilitó medios con que proporcionarme muchos». El Espíritu Santo nos dice que quien desprecie al pobre será desgraciado todos los días de su vida. El santo rey David nos dice: «Hijo mío, no permitas que tu hermano muera de miseria si tienes algo para darle, ya que el Señor promete una abundante bendición al que alivie al pobre, y El mismo atenderá a su conservación». Y añade después, que a aquellos que sean misericordiosos para con los pobres, el Señor los librará de tener una muerte desgraciada.
 

II. - Aquellos que hayan practicado la limosna, no temerán el juicio final. Es muy cierto que aquellos momentos serán terribles: el profeta Joel lo llama el día de las venganzas del Señor, día sin misericordia, día de espanto y desesperación para el pecador. «Mas, nos dice este Santo, ¿queréis que aquel día deje de ser para vosotros de desesperación y se convierta en día de consuelo? Dad limosna y podréis estar tranquilos.»

     Después de esto ¿No podremos decir que nuestra salvación depende de la limosna. En efecto, Jesucristo, al anunciar el juicio a que nos habrá de someter, habla únicamente de la limosna, y de que dirá a los buenos: «Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; estaba desnudo, y me vestisteis; estaba encarcelado, y me visitasteis. Venid a poseer el reino de mi Padre, que os está preparado, desde el principio del mundo». En cambio dirá a los pecadores: «Apartaos de mi, malditos: tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; estaba desnudo, y no me vestisteis; estaba enfermo y encarcelado, y no me visitasteis».

     Ya veis pues cómo todo el juicio versa sobre la limosna. No es difícil de entender. Lo que significa es que quien está dotado del verdadero espíritu de caridad, sólo busca a Dios y no quiere otra cosa que agradarle, posee todas las demás virtudes en un alto grado de perfección, según vamos a ver ahora.  

     No cabe duda que la muerte causa espanto a los pecadores y hasta a los mas justos, debido a la terrible cuenta que habremos de dar a Dios, quien en aquel momento no dará lugar a la misericordia. Este pensamiento hacía temblar a San Hilarión, quien por más de setenta años estuvo llorando sus pecados; y a San Arsenio, que había abandonado la corte del emperador para dejar consumir su vida entre dos peñas y allí llorar sus pecados hasta el fin de sus días. Cuando pensaba en el juicio, temblaba todo su cuerpo achacoso. El santo rey David, al pensar en sus pecados, exclamaba: «Ah! Señor, no os acordéis más de mis pecados». Y nos dice además: «Repartid limosnas con vuestras riquezas y no temeréis aquel momento tan espantoso para el pecador». Escuchad al mismo Jesucristo cuando nos dice: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia»

      Leemos en los Hechos de los Apóstoles que en Joppe había una viuda muy buena que acababa de morir. Los pobres corrieron en busca de San Pedro para rogarle la resucitara; unos le presentaban los vestidos que les había hecho aquella buena mujer, otros le mostraban otra dádiva. A San Pedro se le escaparon las lágrimas: «El Señor es demasiado bueno, les dijo, para dejar de concederos lo que le pedís». Entonces se acercó a la muerta, y le dijo: «Levántate, tus limosnas te alcanzan la vida por segunda vez». Ella se levantó, y San Pedro la devolvió a sus pobres.
     

III. - En tercer lugar, H. M., la razón que debe inducirnos a dar limosnas de todo corazón y con alegría, es el pensar que las damos al mismo Jesucristo. Leemos en la vida de Santa Catalina de Siena que al encontrarse una vez con un pobre le  dio una cruz; en otra ocasión, le dio su ropa a una pobre mujer. Algunos días después, se le apareció  Jesucristo, y le manifestó haber recibido aquella cruz y aquella ropa que ella había puesto en manos de sus pobres.

       San Juan Crisóstomo nos dice: «Hijo mío, da un mendrugo de pan a tu hermano pobre, y recibirás el paraíso; da un poco, y recibirás mucho; da los bienes perecederos, y recibirás los bienes eternos. Por los presentes que hicieres a Jesucristo en la persona de los pobres, recibirás una recompensa eterna; da un poco de tierra, y recibirás el cielo».

      San Ambrosio nos dice que la limosna es casi un segundo bautismo y un sacrificio de propiciación que aplaca la cólera de Dios y nos ayuda a hallar gracia delante de El. Es tan cierto esto, que cuando damos algo, es al mismo Dios a quién lo damos.

      Leemos en la vida de San Juan de Dios que un día se encontró con un pobre totalmente cubierto de llagas, y se hizo cargo de él para conducirlo al Hospital que el Santo había fundado para albergar a los pobres. Una vez allí, al lavarle los pies para colocarle después en su lecho, vió Que los pies del pobre estaban agujereados. Alzando los ojos, reconoció al mismo Jesucristo, que se había transformado en la figura de un pobre para impulsar su compasión. Y entonces el Señor le dijo: «Juan, estoy muy contento al ver el cuidado que te tomas por los míos y por los Pobres.»

     Son tan agradables a Dios los servicios prestados a los enfermos, que muchas veces se vio bajar a los ángeles del cielo para ayudar a San Juan a servir a sus enfermos con sus propias manos, y después desaparecieron.

     ¿No nos autoriza todo esto para afirmar que nuestra salvación está íntimamente ligada con la limosna?

     No hallaremos ningún tipo de acciones en atención a las cuales haga Dios tantos milagros como a favor de las limosnas.

     Ved un ejemplo que os mostrara cuánto poder tiene la limosna para detener la justicia de Dios. El emperador Zenón tenía gran satisfacción en socorrer a los pobres, mas también era muy sensual y libertino, hasta el punto de haber raptado a la hija de una dama virtuosa y abusado de ella con gran escándalo del pueblo. Aquella pobre madre, desconsolada hasta la desesperación, iba con frecuencia al templo de Nuestra Señora a llorar los ultrajes contra su hija: «Virgen Santísima, le decía ella, ¿no sois el refugio de los miserables, el asilo de los afligidos y la protectora de los débiles? ¿Como permitís pues ese deshonor que cae sobre mi familia?» La Virgen Santísima se le apareció, y le dijo: has de saber hija mía que, desde hace mucho tiempo, mi Hijo habría tomado venganza de la injuria que se os hace; más ese emperador tiene una mano que sujeta a la de mi Hijo y detiene el curso de su justicia. Las limosnas que en gran abundancia reparte, le han preservado hasta el presente de recibir el merecido castigo».

     Ya veis cuán poderosa es la limosna para impedir que el Señor nos castigue a pesar de que  repetidamente seamos merecedores de ello.

¿Más quieres saber por qué los hombres hallan tantos pretextos para eximirte de la limosna? Escucha lo que voy a decirte, que en ello habrás de reconocer la verdad, sino en estos momentos, al menos a la hora de la muerte: la avaricia ha echado raíces en tu corazón; arranca esa maldita planta, y hallarás gusto en dar limosna; quedarás contento al hacerla, cifrarás en ello tu alegría.

     ¡Ah!, dirás, cuando me hace falta algo, nadie me da nada- ¿Nadie te da nada? ¿De quién procede todo cuanto tienes? ¿No viene de la mano de Dios que te lo dio, con preferencia a tantos otros que son pobres y no tan pecadores como tú? Piensa-, pues en Dios ... Si quieres dar algo con creces, dalo; de este modo te cabrá la dicha de expiar tus pecados haciendo bien al prójimo.

      ¿Sabéis por qué nunca tenemos algo para dar a los pobres, y por qué nunca estamos satisfechos con lo que poseemos? No tenéis con qué hacer limosna pero bien tenéis con qué comprar tierras; siempre estáis temiendo que la tierra os falte. ¡Ah amigo mío, deja llegar el día en que tengas tres o cuatro pies de tierra sobre tu cabeza, entonces podrás quedar satisfecho.

      ¿No es verdad, padre de familia, que no tienes con qué dar limosna, pero lo posees abundante para comprar fincas? Di mejor, que poco te importa salvarte o condenarte, con tal de satisfacer tu avaricia. ¿"No es verdad, madre de familia, que no tienes nada para dar a los pobres, pero es porque has de comprar objetos de vanidad para tus hijas? Ah! me dirás, todo esto es necesario y no pido nada a nadie; no puede enojarse por ello -Madre de familia, que en el día del juicio tengas bien presente que te lo advertí: no pides nada a nadie, es verdad, mas no resultas menos culpable, tanto como si hallases a un pobre y le quitases el poco dinero que lleva. Ante los ojos de Dios esto es suficiente para perderte. -Me preguntarás : ! Por qué razón? -Porque tus bienes no son más que un depósito que Dios ha puesto en tus manos; fuera de lo necesario para tu sustento y el de tu familia, lo demás es de los pobres.

      Si los santos hubiesen obrado como nosotros, tampoco habrían hallado con qué dar limosna; mas ellos sabían muy bien cuán necesaria les era para su santificación, y ahorraban cuanto les era posible a tal objeto.

      Por otra parte, la caridad no se practica sólo con el dinero. Podéis visitar a un enfermo, hacerle un rato de compañía, prestarle algún servicio, arreglarle la cama, prepararle los remedios, consolarle en sus penas, leerle algún libro piadoso.

      Son contados los que dan la limosna en forma adecuada para hacerse acreedores de una espiritual recompensa, según vais a ver: unos lo hacen a fin de ser tenidos por personas de bien; otros, por sentimentalismo, conmovidos ante las miserias ajenas; otros para que se les aprecie; algunos para que se les pague con algún servicio, o en espera de algún favor. Pues bien, todos esos que dan limosnas sólo con tales miras, carecen de las cualidades necesarias para hacer que la caridad sea meritoria. Hay quienes tienen sus pobres predilectos a los cuales les darían cuanto poseen; mas para los otros muestran un corazón cruel.

      Más pensaréis ¿cómo debe hacerse la limosna para que sea meritoria?  Atended bien, en dos palabras voy a decíroslo: en todo el bien que hacemos a nuestro prójimo, hemos de tener como objetivo el agradar a Dios y salvar nuestra alma. Cuando vuestras limosnas no vayan acompañadas de estas dos intenciones, la buena obra resultará perdida para el cielo. Esta es la causa por qué serán tan escasas las buenas obras que nos acompañen en el tribunal de Dios.

      Nos complace que se nos agradezcan las limosnas, que se hable de ellas, que se nos devuelvan con algún favor, y hasta nos gusta hablar de nuestras buenas acciones para manifestar que somos caritativos. Tenemos nuestras preferencias; a unos les damos sin medida, mas a otros nos negamos a darles nada, antes bien los despreciamos.

     Lo poco que damos, démoslo de corazón, con la mira de agradar a Dios y de expiar por nuestros pecados. El que tiene verdadera caridad no guarda preferencias de ninguna clase, lo mismo favorece a sus amigos que a sus enemigos, con igual diligencia y alegría da a unos que a otros. Si alguna preferencia hubiésemos de tener, sería para con los que nos han dado algún disgusto.

     Algunos, cuando han favorecido a alguien, si los favorecidos les causan después algún disgusto, en seguida les echan en cara los servicios que les prestaron. Con esto os engañáis, ya que así perdéis toda recompensa. ¿No sabéis que aquella persona os ha implorado caridad en nombre de Jesucristo, y que vosotros la habéis socorrido para agradar a Dios y expiar por vuestros pecados?

      El pobre no es más que un instrumento del cual Dios se sirve para impulsaros a obrar bien. Ved todavía otro lazo que el demonio os tenderá con frecuencia, y con el cual sorprende a muchas almas: consiste en representar nuestras buenas acciones ante nuestra mente, para que nos recreemos en ellas, y así hacernos perder la recompensa. Por ello, cuando el demonio nos pone delante tales consideraciones, hemos de apartarlas presto como un mal pensamiento.

      ¿Qué debemos sacar de todo esto? Vedlo que la limosna es de gran mérito a los ojos de Dios, y tan poderosa para atraer sobre nosotros sus misericordias, que parece cómo si asegurase nuestra salvación. Mientras estamos en este mundo, es preciso hacer cuantas limosnas podamos; siempre seremos bastante ricos, si tenemos la dicha de agradar a Dios Y salvar nuestra alma; mas es necesario hacer la limosna con la más pura intención, esto es: todo por Dios, nada por el mundo.

        ¡Cuán felices seríamos si todas las limosnas que hemos hecho durante nuestra vida nos acompañasen delante del tribunal de Dios para ayudarnos a ganar el cielo! Esta es la dicha que os deseo. 

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