COMUNISMO
En nombre de los pobres y del pueblo, la tiranía comunista, nivela a todos los hombres: Todos quedan convertidos en esclavos. Aplasta incluso a sus seguidores. Niega todos los derechos humanos, reduce a todos a la pobreza material y espiritual.  Ateismo, destrucción de la familia, genocidios, prisiones políticas, miedo. Esta es la realidad del comunismo. La Virgen advirtió en Fátima sobre los errores de Rusia...

Ver también: ¿Fue Jesús el primer comunista? | Yo Escogí la Libertad Yo Escogí la Esclavitud, Valentín Gonzalez| Cuba


"El comunismo penetrando en un pueblo como una ideología, no se detiene. Disgrega, disocia, divide a las fuerzas sociales, lucha por la toma del poder. Cuando se ha sembrado la división y la anarquía social, el comunismo, con un golpe definitivo, se apodera del gobierno y somete a la sociedad a una gran purga transformadora, creando al hombre nuevo comunista, que es un hombre destrozado, sólo útil para ser manejado como un animal de carga. "Aquí radica la perversión del marxismo. Que, al pervertir el fin de la existencia humana, asignándole un fin diametralmente opuesto al que le ha asignado el Creador, pervierte todo el hombre, todas las relaciones sociales y crea una civilización destructiva del hombre. El hombre total comunista es un hombre degradado y mutilado, que apenas se mantiene por el terror. "Por ello es necesario y urgente que el hombre vuelva a la civilización cristiana y que dé el primer lugar a los valores de la Iglesia, de Cristo y de Dios". -Rev. Padre Julio Meinvielle

El cardenal Poupard:

Por religión se entiende una relación entre Dios y el hombre. Se trata de una relación real y existencial, personal e intersubjetiva, consciente y libre, dinámica, necesaria y perfeccionadora del ser humano. Las ideologías, en cambio, sobre todo las del siglo XX, son la negación de esta relación con Dios y, como se ha visto, no perfeccionan al hombre, sino que tienden a oprimirlo de manera total, tanto que son llamadas precisamente totalitarismos.

No creo que los valores de la solidez espiritual de Occidente hayan sido abatidos por la caída de los sistemas totalitarios o por el progreso de la técnica. Más bien diría que los cambios producidos objetivamente favorecen un reflorecimiento de los valores. En muchos países, han sido abolidas prohibiciones de culto y de libertad de expresión, al mismo tiempo se han abierto nuevas posibilidades de crecimiento personal y comunitario. Pero no debemos olvidar que, tras la Segunda Guerra Mundial, muchos países europeos experimentaron durante más de cincuenta años un adoctrinamiento marxista leninista que marcó profundamente su historia, generando una crisis de valores cuyas consecuencias son bien visibles. Hablo de aquellos procesos que modificaron incluso las actitudes del comportamiento humano, tanto como para dar origen a la categoría del «homo sovieticus».

Este último no era un comunista sino un hombre de masa, anulado en su dimensión individual, pasivo y desconfiado, temeroso, a menudo delator, condicionado por el colectivo al que debía pertenecer, porque no debía estar ya solo, en cambio lo estaba, en otras cosas despojado de todo impulso interior y profundamente humillado. Es difícil pensar que, tras un largo periodo de represión, se pueda fácilmente reconquistar e interiorizar una visión nueva de la propia vida. Daré un ejemplo más cercano al pueblo húngaro. Entre diversas publicaciones, en memoria de la insurrección húngara de 1956, trágicamente aplastada por el régimen soviético, se ha publicado en Italia en 2001 el libro titulado: «1956... Para que permanezca un signo». Contiene las fotografías de Zsolt Bayer, un hombre valiente, que entre octubre y noviembre de 1956, iba por las calles de Budapest y hacía fotografías para que permaneciese un signo. Durante largos decenios, más de cien rollos de película permanecieron escondidos, por miedo, en un desván, casi condenados a morir como murió quien los hizo. En las primeras páginas de este libro se alude brevemente a que tras la caída del imperio soviético, la viuda del fotógrafo se decidió finalmente a entregar los negativos para que se publicaran; con una sola condición sin embargo: «No debe darse a conocer su nombre ni el de su marido. “Porque si ellos volvieran”…».

Este ejemplo revela no sólo un estado de ánimo momentáneo de una persona, sino una realidad de vida de muchos pueblos marcados por el miedo, por el sufrimiento vivido y por un impedimento psicológico desarrollado en más de cincuenta años de opresión y persecución. Y es esta una de las condiciones que favorecen la difusión de la secularización y la caída de la solidez espiritual de Europa. Ciertamente no debemos olvidar que la riqueza material debida al progreso técnico puede desorientar e incluso «cegar» la sensibilidad del hombre, pero el desarrollo científico y tecnológico y «la muerte» de los regímenes no constituyen en sí una amenaza para solidez de la sociedad. Parafraseando el pensamiento del cardenal Newman, diría que las causas del alejamiento del hombre de Dios y, en consecuencia, de la secularización hay que buscarlas en las profundidades del corazón humano y no en las conquistas de la humanidad.


Un libro para comprender la realidad del comunismo:
Yo escogí la libertad
de Victor Kravchenko

Biografía escrita desde el corazón del horror del siglo XX. Muestra la dramática y terrible realidad del comunismo.  Víctor A. Kravchenko ingresó en el Partido Comunista en 1929. Fue testigo directo de las muertes por las grandes hambrunas producidas por los planes colectivistas, así como de las inmensas purgas estalinistas que acabaron con la vida de miles de personas.

Durante la II Guerra Mundial, Kravchenko fue capitán del Ejército Rojo.  Cuando fue enviado a Estados Unidos como funcionario de la Comisión Soviética de Compras en Washington, en 1943, tomó la decisión de desertar y romper toda relación con la URSS. Tuvo que ocultarse para poder escribir el que sería uno de los más estremecedores relatos sobre lo que estaba pasando en Rusia.

A causa de su libro Yo escogí la libertad, sufrió falsas acusaciones provenientes de la Unión Soviética y sus partidos satélites, como la revista Les Lettres Françaises que le acusó de crear una gran mentira al servicio de las agencias norteamericanas de inteligencia a base de propaganda antisoviética. Kravchenko les demandó, en Francia, y comenzó el único gran juicio en la historia contra el comunismo en el que testificó gran cantidad de víctimas del terror ruso. El escritor ganó el juicio.

Víctor A. Kravchenko apareció muerto en su apartamento de Manhattan, con un tiro en la cabeza, en febrero de 1966, dejando viuda y dos hijos. Aunque su muerte aún no ha sido esclarecida, su hijo Andrew siempre ha defendido que fue un trabajo del KGB.

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