Testimony of Fr. Raniero Cantalamessa Preacher to the Papal Household En 1975, una señora
a quien yo acompañaba en su camino espiritual, regresó de un Retiro
de fin de semana en una casa de Milán y me dijo: “He encontrado un
grupo de personas extrañas que oran de una manera nueva, que
levantan las manos y se habla incluso de milagros que ocurren entre
ellos”. Y yo como un buen director espiritual muy prudente le dije:
“Tu no irás más a estos Retiros”. Eran los primeros grupos de
oración de la Renovación Carismática que llegaban a Italia. Esta
señora obedeció, pero me invitaba a acudir a algunos encuentros de
la R.C. para ver ... Una vez me llevó a Roma a un Encuentro. Yo
estaba allí como observador. Había cosas que no podía aceptar, por
ejemplo: abrazarse, besarse ... Yo expongo mis dificultades porque sé
que hay muchos que hoy encuentran las mismas dificultades, sobre todo
entre el clero. Entonces me pidieron que confesase. Y escuchando
estas confesiones fue mi primer impacto con la gracia. No simplemente
las manifestaciones, sino la gracia interior de la Renovación
Carismática. Porque había un arrepentimiento que yo raramente había
encontrado y se trataba de laicos, de gente muy normal. Me parecía
que los pecados caían como piedras de su alma. Había una
liberación, una gracia, lágrimas... Yo estaba asustado y me decía
a mi mismo: “ No puedes negar que aquí está la gracia de Dios.
Éste es el Espíritu que obra, porque solamente Él puede dar una
idea, un conocimiento tan claro del pecado, un arrepentimiento tan
grande”. Pero todavía estaba en una posición de juez. Juzgaba lo
que me parecía bueno, lo que no me parecía bueno. Y los animadores
de entonces, los líderes, decían a los hermanos : no vayáis a ese
sacerdote porque él es un enemigo de la Renovación
Carismática.
Tengo que decir otra cosa. Para mucha gente el
primer impacto con la R.C. se manifiesta en lágrimas, para mi fue en
una sonrisa. Yo tuve mucha dificultad en reprimir mi risa, pero
sentía que era un reír santo, diferente. Era como si Dios me
sacudiera, para sacudir el hombre viejo y hacerme salir de mi
seguridad, de mi orgullo. Y está fue la primera ofrenda de
liberación que el Señor me daba.
Di un curso en la
Universidad en aquel momento sobre los movimientos carismáticos
proféticos de la primera Iglesia, para intentar comprender algo de
esta nueva manifestación en la Iglesia. No me ayudó mucho esta
búsqueda científica, pero me sirvió porque me mantuvo en contacto
con la R.C.. Ellos me conocían, incluso me invitaban a dar algunas
enseñanzas; y yo estaba ahí, atraído, fascinado por lo que veía.
Yo me decía a mi mismo: “Esto es lo que pasaba en las primeras
comunidades cristianas, tú lo sabes, tú estudias esto y sabes que
esto es precisamente lo que pasaba en aquellas primeras comunidades:
carismas, profecías, laicos tomando su papel en la vida de la
Iglesia, no callando siempre, no sólo hablando el sacerdote...”
Algunas objeciones, que yo ponía, fueron encontrando su respuesta.
Por ejemplo, para mí era una dificultad ver que si aquello era del
Espíritu de Dios porque había algunas cosas que eran claramente
carnales y humanas. El Señor me hizo comprender que el don de Dios
está siempre mediado por los hombres, la debilidad humana. El
carisma de la autoridad en la Iglesia a veces no está ejercitado de
manera perfecta porque existe la ambición, el poder y a nadie se le
ocurre abolir la autoridad. Lo mismo tenemos que decir de otros
carismas : no están empleados de manera angélica pero es la manera
de Dios de obrar con medios humildes, pobres y defectuosos.
En
1977 una mujer -notad que hay siempre una mujer como mediadora; y
éste es un don de la mujer, ser una ayuda; el hombre debe ser una
ayuda también- , una mujer ofreció cuatro boletos con todo incluido
para ir a América a un Encuentro Carismático Ecuménico que tendría
lugar en Kansas City en los Estados Unidos. Uno de estos boletos se
le ofreció a un profesor de teología que después fue nombrado
arzobispo de Turín y fue cardenal, ahora jubilado. Pero en el último
momento su madre enfermó y no pudo ir. Este boleto llego a mí. Yo
me decía: “Será una experiencia más”. Yo tenía que ir a los
EE.UU. para aprender inglés y me decía: “En una semana todo habrá
acabado y yo iré a mi comunidad capuchina”.
Me fui a este
Encuentro. Había 40.000 personas. La mitad católicos y la otra
mitad de otras confesiones cristianas, muchos pentecostales,
anglicanos y toda clase de confesión cristiana. Y allí yo seguía
en esta posición de observador que está interesado con algunas
manifestaciones, como la manera de proclamar la Palabra de Dios con
tanta unción, pero rechazaba otras expresiones que no entraban en mi
esquema mental. Por la mañana cada Iglesia se reunía por su cuenta
y por la tarde nos reuníamos todos juntos en un estadio escuchando,
cantando ... Hubo una escena que siempre me quedará grabada en la
memoria. Una tarde, un líder de la R.C. muy conocido, tomó el
micrófono y empezó a hablar de una manera nueva para mí. Él dijo:
“Llorad y haced lamento porque el cuerpo de mi Hijo está
destrozado. Vosotros, los obispos, llorad y haced lamento porque el
cuerpo de mi Hijo está destrozado, vosotros los sacerdotes, los
pastores, los laicos...” .
Mientras él hablaba yo empecé a
ver la gente que caía a mi alrededor hasta que todo el estadio era
una inmensa muchedumbre de gente llorando de arrepentimiento por la
división, la discordia entre los cristianos. Y todo esto pasaba y
había un gran letrero sobre el cielo, un letrero electrónico que
decía: Jesus is Lord -Jesús es Señor-. Me pareció una profecía:
La Iglesia, reunida en un lugar, formando un solo cuerpo, todos de
rodillas lloramos, pidiendo perdón al Señor bajo el señorío de
Cristo. Fue allí cuando concebí este libro, “La vida en el
señorío de Cristo” que ahora se titula de forma más sencilla “La
vida en Cristo”, porque era el descubrimiento del Señorío de
Cristo, de Jesús, el Señor. Era muy extraño porque yo como
profesor había estudiado este título: Kirios, Señor. Conocía su
importancia; pero me parecía algo nuevo porque para mi el
descubrimiento del señorío de Cristo es el alma de la R.C., su
fruto más profundo. La experiencia del Espíritu viene sobre los que
proclaman a Jesús Señor. Tengo que decirlo con gran vergüenza: no
estaba todavía convencido. No era mala fe, sino que, como sacerdote,
como hombre de estudio, me sentía obligado a discernir y ser
prudente, tal vez demasiado prudente. Había un canto que se cantaba
allí que era la historia de Jericó que cae al son de las trompetas.
Esta canción cuenta la historia y había un estribillo que repetía:
“Jericó debe caer”. Cuando se cantaba este estribillo, imaginad
éramos 40.000 personas, mis compañeros italianos me daban codazos y
me decían: escucha bien porque Jericó eres tú. Y Jericó cayó. No
inmediatamente, no tan fácilmente.
Me invitaron a un Retiro
en New Jersey y tengo que comentar la importancia de no criticar a
los sacerdotes que tienen dificultades en aceptar la Renovación,
sino amarles. Fue el amor que yo encontré en mis hermanos, sobre
todo en un joven sacerdote irlandés que trabaja en América, su
paciencia, sus cuidados y atenciones. Esto preparó el terreno para
mi experiencia. Me fui a esta casa de Retiro, pensando en quedarme
allí un día y después irme a mi comunidad capuchina en Washington.
Me dijeron quédate aquí. Y empezó una lucha en mí. Yo me decía:
“Esta no es una casa de perdición, es una casa de Retiro, si me
quedo no me puede hacer mal.. Entonces, ¡me quedo Señor!; te doy
esta última posibilidad de convencerme, de hablarme”.
Empecé
aquella semana que concluía con el bautismo en el Espíritu.
Insisto, compartir mis dificultades puede ayudar a otros. Había
todavía en mí una resistencia. Yo me decía: “Soy ya bautizado,
sacerdote, religioso. Yo soy hijo de San Francisco de Asís. Tengo a
S. Francisco como mi padre. ¿Que más necesito?. ¿Que pueden darme
estos hermanos laicos?”. Era una objeción de la carne, del hombre
viejo, evidentemente. Y continuaba retumbando en mí esta frase: “Yo
soy ya hijo de S. Francisco de Asís, tengo ya una hermosa
espiritualidad”. Y mientras yo pensaba esto, una mujer -siempre una
mujer- abrió la Biblia y, sin saber nada, empezó a leer. Era el
pasaje donde Juan Bautista dice a los fariseos: “No digáis en
vuestros corazones: tenemos a Abraham como nuestro padre”. Yo
entendí que el Señor me hablaba a mi. Y ésta es la manera del
Señor de hablar a través de la Escritura. Estaba claro que el Señor
contestaba a mi objeción. Me levanté, no hablaba todavía inglés,
hablaba en italiano, pero extrañamente todos parecían entenderme y
dije: “Señor, no diré ya más que soy hijo de S. Francisco de
Asís porque me doy cuenta de que no lo soy. Te pido a Ti que hagas
de mí un hijo verdadero de S. Francisco de Asís y si para eso es
necesario someterme al bautismo en el Espíritu, acepto”.
Empecé
a prepararme para recibir el Bautismo en el Espíritu. Esta fue la
ocasión para mí, como teólogo, de preguntarme qué es este signo
del bautismo en el Espíritu de la R.C. . Y lo que percibí en un
primer momento es lo siguiente: es una manera de decir a Dios este
“si, acepto”, que otros dijeron por mí en mi bautismo. En mi
bautismo, la iglesia peguntó: ¿crees en Dios?. Y otras personas
-que fueron mis padres- contestaron: si, creo. ¿Aceptas a Jesús
como Señor?. Y me di cuenta que ahora había llegado el momento de
decir yo en primera persona a Jesús: sí, acepto a Jesús como
Señor. También era la ocasión para renovar mi profesión
religiosa, mi ordenación sacerdotal, renovar todo por el Espíritu
Santo. Después tuve la ocasión de reflexionar sobre el Bautismo en
el Espíritu, también he escrito algo en mis libros. Para mí es una
gracia de renovación de todo el rito de la iniciación cristiana, el
bautismo, la confirmación. Pero es también una gracia
extraordinaria que no se puede explicar con las categorías que ya
conocemos. Es una gracia, es una respuesta a la plegaria del Papa
Juan XXIII que pidió a Dios un nuevo Pentecostés para la Iglesia
Católica. El Señor ha contestado y esta gracia es una gracia
especial de un Pentecostés renovado para la Iglesia del final del II
Milenio y tal vez de todo el III Milenio. Es una gracia especial y
esto explica por qué esta gracia del Bautismo en el Espíritu, de un
nuevo Pentecostés, no es sólo conocida por nosotros los católicos;
también los protestantes la conocieron antes que nosotros y para
ellos también es una gracia especial.
La última impresión
que recuerdo, en la vigilia de mi bautismo, es que paseaba por el
parque y el Señor me habló con una imagen, como muy a menudo el
Señor hace. Es una imagen que se forma en mi interior y que es una
palabra. Imágenes que son palabras que se graban a fuego en el alma.
Es una manera de Dios de comunicarse con sus criaturas. Yo me veía
como un cochero que estaba sobre un coche y tenía las riendas del
coche. Intenté guiar y decidir si ir rápido o despacio, a derecha o
izquierda. Entonces me pareció que el Señor Jesús subía a mi lado
y muy amablemente me decía: ¿Quieres darme las riendas de tu vida?.
Hubo un momento de pánico porque me di cuenta que esto significaba
que si yo daba las riendas de mi vida al Señor, a partir de ese
momento yo ya no volvía a ser más el señor de mi vida, el dueño
de mi vida. Él sería el Dueño de mi vida. Por gracia de Dios, en
momentos como éste se descubre qué es la gracia de Dios. Se
descubre lo que dice San Pablo que todo es gracia, que por la gracia
somos salvados. Por la gracia de Dios encontré en mi corazón un sí,
Señor, toma las riendas de mi vida porque yo me doy cuenta de que no
puedo ni siquiera decidir sobre mi vida; mañana podría estar
muerto; entonces ... toma Tú, Señor, las riendas de mi vida. Ahora
tengo que hacer en voz baja una pequeña confesión pública : muy a
menudo, de muchas maneras, he intentado retomar las riendas de mi
vida y esto son las debilidades humanas; pero cada vez, el Señor me
hace comprender que una vez que se le han dado las riendas no se
pueden volver a tomar.
Llegó el momento de esta oración del
Bautismo en el Espíritu y había muchas profecías y todas eran
sobre un ministerio que era la proclamación del Evangelio. Un
hermano -este sacerdote irlandés- decía: “Tu encontrarás un
nuevo gozo en tu vida en proclamar MI Palabra”. Ya he dicho que
hasta ese momento yo no era un predicador y no sabía qué
significaba esta palabra. Se hablaba de Pablo que iba a Antioquia y
anunciaba el Evangelio a todas las naciones. Hubo un momento en que
me dijeron, ahora elige a Jesús como el Señor de toda tu vida. En
ese momento levanté mis ojos y encontré el crucifijo que estaba por
encima del altar y otra imagen, otra voz interior: “Yo soy el Señor
que estás eligiendo. Yo, el Crucificado”. Esto me ayudó
enormemente porque me hizo entender que la Renovación Carismática
no es simplemente algo emocional, esa alegría, levantar los
brazos... Sí, ésos son signos exteriores de una alegría nueva.
Pero lo esencial es que, en la R.C., el Espíritu Santo te lleva al
corazón del Evangelio que es la cruz de Jesús; de allí brota el
Espíritu como la sangre y el agua.
No hubo emociones
particulares durante mi Bautismo en el Espíritu; pero sí la certeza
de que algo estaba sucediendo. El día después me fui al aeropuerto
para irme a Washington y, en el coche, el sacerdote que me acompañaba
me dijo: “ahora escucha bien porque yo pongo una cinta en el
cassette y la primera canción es una profecía para ti”. Era un
canto que decía: “Que bellos son los pies de los que anuncian el
Evangelio”. Ahora, por donde voy en Italia, me cantan este canto
porque saben que es mi canción.
Me fui en el avión y sentía
que algo había pasado. Y abriendo el Breviario me parecía que los
salmos eran nuevos, me hablaban, parecían escritos especialmente
para mí ... Y me di cuenta que esto es uno de los primeros signos
del obrar del Espíritu Santo: la Escritura se vuelve Palabra viva de
Dios.
No podemos descuidar este don magnífico para la
Iglesia. La Iglesia en el Concilio ha hablado de la importancia de la
Escritura en la Constitución Dei Verbum. Pero la realidad es que los
cristianos, los laicos que nunca habían tenido una Biblia, ahora no
pueden separarse de su Biblia. Yo he conocido muchos casos
conmovedores de la Biblia que habla directamente, ilumina, da fuerza
a los cristianos más sencillos.
En una misión en Australia
encontré un obrero, un emigrante italiano que estaba allí y que el
último día de la misión vino y me dijo: Padre, yo tengo un gran
problema en mi familia, tengo un muchacho de once años que no está
todavía bautizado. El problema es que mi mujer se ha vuelto Testigo
de Jehová y no quiere escuchar hablar del bautismo. Si lo bautizo,
habrá una tragedia en mi familia; si no lo bautizo, no estoy
tranquilo porque cuando nos casamos éramos los dos católicos. Yo le
dije: déjame esta noche para reflexionar y mañana hablamos y vemos
qué podemos hacer. A la mañana siguiente este hombre viene hacia mi
muy contento y me dice: Padre, yo ya he hallado la respuesta. Me
alegré mucho porque yo todavía no lo veía nada claro. Me dice:
Ayer por la tarde, regresé a mi casa y me puse a orar y abrí la
Biblia y me vino la página donde Abraham lleva a su hijo Isaac a la
inmolación y leyendo me he dado cuenta que cuando Abraham llevó a
su hijo Isaac a la inmolación no dijo nada a su mujer.
Era
una respuesta incluso exegéticamente perfecta. Porque es verdad, los
rabinos cuando comentan este pasaje hacen notar que Abraham se calló,
no dijo nada temiendo que su mujer le impidiera obedecer a Dios y yo
mismo bauticé a este muchacho y fue una gran fiesta para
todos.
Conocí en Italia a una viuda que había perdido a su
marido muy joven. Tenía tres hijos. Era un matrimonio muy unido y
ésta era una prueba terrible. Lo que le ayudó e incluso hizo de
esta mujer una evangelizadora, fue la Palabra de Dios, la Biblia.
Ella tiene una sensibilidad, un sentido de la Escritura que a mí
mismo me asombra. Las primeras semanas sin su marido ella decía que
ponía la Biblia a su lado en la cama porque la Biblia se había
vuelto su compañero vivo, Dios le hablaba.
Los tres meses que
pasé en Washington después de mi bautismo fueron mi luna de miel
con el Señor. También nosotros los sacerdotes tenemos nuestra luna
de miel. Mi luna de miel duró tres meses. Pero yo siento que la luna
de miel -de los casados- no suele durar mucho más. Regresé a Italia
y la gente de la Renovación que me había conocido estaba
maravillada. Una mujer decía: “Hemos enviado a América a Saulo y
ellos nos han devuelto a Pablo”.
Empecé a participar en un
grupo de oración en Milán y después de algunos meses ocurrió algo
que cambió mi vida. Yo estaba en mi celda orando. No penséis que
soy un gran hombre de oración. Deseo, deseo orar. Y a veces incluso
me quejé un poco con el Señor diciéndole: “Señor, tu me envías
por todo el mundo a hablar de la oración, incluso de la oración
trinitaria, ¿por qué no me das una gracia de oración un poco más
fuerte, porque mi oración es tan débil, Señor?. Me avergüenzo de
hablar a los demás de oración. Y el Señor me contestó de esta
manera tan simple: “Raniero, ¿cuáles son las cosas de las que se
habla con más pasión y entusiasmo, las que se desean o las que se
poseen?. Yo contesté: “Las que se desean, Señor”. “Bien -me
contestó el Señor- sigue deseando y hablando de la oración”. Por
eso, cuando hablo, siempre me siento discípulo y no maestro. Siempre
recuerdo un dicho de los Padres del desierto que decía: “Si tienes
que hablar a los demás de algo que tú no vives, algo que no has
alcanzado todavía con tu vida, habla; pero haciéndote el más
pequeño de todos tus oyentes; habla como discípulo, no como
maestro”. Y yo trato de hacer mío este consejo.
Pues lo que
pasó en aquel momento de oración fue esto. Tuve de nuevo una imagen
interior. Aparentemente nada extraordinario, pero interiormente muy
extraordinario. Tan extraordinario que cambió mi vida. Era como si
el Señor Jesús pasara delante de mí ... Y no sé por qué, pero
reconocía que era Jesús como cuando regresaba del Jordán después
de su bautismo y estaba a punto de empezar a proclamar el Reino de
Dios; y pasando delante de mí, me decía: “si quieres ayudarme a
proclamar el Reino de Dios, déjalo todo y sígueme”. Yo entendí
inmediatamente que el Señor quería decir: “deja tu enseñanza, tu
cátedra universitaria...”. Yo era incluso director de un
departamento de esta Universidad, el departamento de Ciencias
Religiosas. “Déjalo todo y vuélvete un simple predicador
itinerante de la Palabra de Dios al estilo de tu padre Francisco de
Asís”. Yo tuve miedo de no estar lo bastante decidido, porque el
Señor invitaba pero parecía tener prisa. No se paraba, era como
quien tiene mucho qué hacer. Y de nuevo esta experiencia de la
gracia de Dios, al final de la oración encontré en mi corazón un
“sí” lleno. “Señor, ¡lo dejo todo!”. La Universidad había
instituido esta cátedra especialmente para mí y el Rector de la
Universidad era mi maestro, mi amigo. En mi corazón había un “sí,
Señor, aquí estoy”.
Me fui a mi superior a Roma pidiendo
el permiso para cambiar mi vida. Dejar la Universidad y ser un
predicador a tiempo completo. El Superior General era un hombre que
murió el pasado mes de Febrero a la edad de 91 años, un santo, un
hombre de oración. Tuve la gracia de orar con él las últimas horas
de su vida. De San Francisco se decía que no era un hombre que oraba
era un hombre hecho oración. Y así era también mi superior.
Este
superior a quien yo ya había manifestado mi experiencia del Bautismo
en el Espíritu, como buen superior prudente, me dijo: “Esperemos
un año y después decidiremos”. Ésta fue la ocasión para mí de
descubrir la gracia de la obediencia. Yo había tenido una
inspiración clara del Señor que me pedía dedicarme a predicar.
Pero ahora tenía que someter mi inspiración personal a la autoridad
de mi superior, incluso cuando me decía “esperamos”. Aquí yo
concebí un pequeño libro titulado “Obediencia”. Puede ser útil
porque, a veces, la gente en la R.C. tiene una inspiración del
Señor, se sienten llamados a hacer algo y piensan que esto es
suficiente y sin pedir ningún permiso, ni al obispo, o al
superior... se lanzan a llevarlo a cabo y nadie puede pararlos. Esto
no es bueno, porque siempre la inspiración interior del Espíritu
tiene que someterse al discernimiento objetivo de la Iglesia. El
Espíritu que te habla personalmente te habla también a través de
la obediencia a la autoridad que puede ser: el obispo, el superior,
el párroco, el director espiritual... puede ser de diferentes
clases. Éste es un criterio muy importante : no podemos actuar
simplemente bajo la inspiración personal porque nunca sabremos si
hemos acertado o nos hemos equivocado. Si yo hubiera dejado la
Universidad simplemente bajo esta inspiración personal, nunca habría
sabido si era verdaderamente la voluntad de Dios. La obediencia salvó
mi vocación.
Después de un año, no estaba para mí tan
claro. ¿Qué voy a hacer ahora?. Yo había pasado toda mi vida en el
estudio, en la búsqueda. ¿Qué voy a hacer?. Había un cierto
temor. Volví entonces al superior y él con mucha decisión me dijo:
“Es la voluntad de Dios. Dirán que estamos locos los dos, tu y yo;
pero después de diez años tal vez entenderán”.
El Señor
me hizo un descuento. No esperó diez años, fueron menos. Me fui,
hice un Retiro en una pequeña casa de capuchinos en Suiza para
prepararme. Éste fue el momento en el que el Señor me habló, sobre
todo a través de Pablo, en la carta a los Filipenses, cuando Pablo
habla de lo que era antes :
circuncidado, de la tribu de
Benjamín, fariseo, irreprensible, un hombre perfecto, podía incluso
ser canonizado... pero todo lo que yo consideraba una ganancia lo
considero una pérdida a partir del momento cuando conocí a Jesús
como Señor, y he dejado de lado todo para encontrar esta justicia
que viene de la fe en Cristo y todo esto para conocerle a Él y el
poder de su resurrección y la participación en sus
sufrimientos.
Pero lo que me impresionó más fue precisamente
la palabra más pequeña de esta frase Él. Porque cuando Pablo dice
-a fin de conocerle a Él-. El pronombre personal en este momento me
parecía contener más verdad sobre Jesús que todos los libros que
yo había leído o escrito. Porque cuando Pablo dice Él, entiende el
Jesús vivo, el Jesús en carne y hueso; no una teoría sobre Jesús
o una idea abstracta. Ésta es la diferencia. Conocer a Jesús como
Señor significa conocerlo como el Viviente, el que ha resucitado. No
un personaje del pasado ... ¡ Él !, a fin de conocerle ¡a Él!.
Yo
llevaba un mes en esta casa de retiro y me llegó una llamada de
teléfono. Era mi superior general que me decía: “El Santo Padre
te ha nombrado predicador de la Casa Pontificia; ¿tienes objeciones
serias para renunciar?”. Yo intenté buscar objeciones serias.
Pero, aparte del miedo, no encontré objeciones serias. Entonces le
dije: “Padre, si esta es la voluntad de Dios, acepto ir”. Tuve
que prepararme deprisa porque en un mes tenía que empezar a predicar
mi primera Cuaresma al Papa. Y voy a decirles algo de este
ministerio. No para hablar de mí mismo sino para hacerles conocer
algo del Santo Padre. Algo que nos revela cosas muy edificantes del
Papa.
Existe este ministerio que está otorgado a la orden
capuchina que se llama el predicador de la Casa Pontificia y esto
consiste en que cada viernes por la mañana, en Advierto y Cuaresma,
un fraile tiene que dar una meditación al Papa, a sus secretarios,
cardenales, obispos de la Curia Romana y los superiores generales de
las órdenes religiosas. Son entre 60 y 100 personas. Yo empecé este
ministerio y después de 23 años todavía continúo. ¡Veis la
paciencia heroica del Papa!. El lleva escuchándome veintitrés años.
Fue una gracia del Señor. Me di cuenta que era una providencia para
hacer resonar en el corazón mismo de la Iglesia, en esos momentos de
gran recogimiento, hacer resonar la gracia del Espíritu que circula
en la base de la Iglesia. Y, precisamente, unas de las primeras
meditaciones fue sobre el Bautismo en el Espíritu. Hablé con mucha
fuerza de que ésta es una gracia para toda la Iglesia. De como es
una manera de hacer del cristianismo algo vivo, de renovar la
autoridad, la predicación, la liturgia, cada aspecto de la Iglesia.
Y me di cuenta de que hablé de una manera muy atrevida. Incluso
dije: “ No tenemos que decir de los laicos, ¿qué pueden darnos a
nosotros los sacerdotes y a los obispos, estos laicos?. Nosotros
hemos recibido la plenitud del Espíritu”. Así les hablé en aquel
momento. Porque el Señor puede contestarnos: “Yo también recibí
la plenitud del Espíritu en el momento de mi encarnación en María
y a pesar de esto me fui al Jordán y pedí a Juan el Bautista, que
era un simple laico, ser bautizado”.
Después de la charla
yo siempre me encuentro con el Papa en una salita contigua. Y yendo a
encontrar al Papa, un cardenal me dijo: “hoy en esta sala hemos
escuchado al Espíritu Santo que nos ha hablado”. Y se fue.
El
Papa no falta nunca, nunca. El me edifica a mí. Pensad : el maestro
de toda la Iglesia que encuentra cada mañana, a las nueve, tiempo de
escuchar la meditación de un sacerdote, el último sacerdote de la
Iglesia Católica.
A veces, saliendo de la predicación
encuentro Jefes de Estado que están esperando para ser recibidos por
el Papa y él está allí escuchando a un pobre fraile. Un año -creo
que era 1986- faltó dos viernes porque estaba de viaje en América
Central y cuando vino, se dirigió derecho hacia mí, pidiendo perdón
por haber faltado a dos charlas. A veces yo digo a mis hermanos los
laicos: ¿habéis ido a pedir perdón alguna vez a vuestro párroco
por haber faltado a la homilía del domingo?.
Recuerdo otra
pequeña anécdota. Una vez al año, en viernes santo, la homilía se
tiene en la Basílica de San Pedro. Es la única ocasión en la que
el Papa preside la liturgia, pero no habla. Se sienta y el predicador
de la Casa Pontificia tiene que subir al altar papal y dar su
homilía. Y allí está toda la Iglesia, todos los cardenales... Es
un momento de gran solemnidad. Me di cuenta inmediatamente que tenía
que hablar muy despacio porque el sonido en la Basílica retumbaba.
Pero hablando despacio tardé diez minutos más de lo previsto en el
programa. Y el responsable del horario del Papa -entonces era un
obispo, después fue cardenal; ahora ya ha muerto- estaba muy
nervioso y a menudo miraba su reloj, porque el Papa después tenía
que presidir un Vía Crucis en el Coliseo. Yo no lo veía. Pero este
obispo contó a algunas hermanas al día siguiente que después de la
liturgia el Papa lo llamó y le dijo: “Cuando un hombre nos habla
en el nombre de Dios, no tenemos que mirar a nuestro reloj”.
Este
ministerio de proclamar la Palabra de Dios, en la simplicidad de San
Francisco y el poder del Espíritu Santo, me ha llevado por todo el
mundo, por muchas naciones. Predicando retiros a los obispos. He
predicado este año a todos los obispos de Irlanda. Tengo que
predicar en Noviembre de este año 2002 a todos los obispos de
Polonia. También en Italia daré un Retiro de sacerdotes. A menudo
es la Renovación Carismática la que organiza mis viajes y ofrece la
posibilidad de Retiros para el Clero y junto a esto hay un fin de
semana para la Renovación.
Queridos hermanos, es un don que
la R.C. hace a la Iglesia. Hubo un Retiro en 1995, con ocasión de
los quinientos años de la evangelización de América Latina. Fue un
largo Retiro en Monterrey (Méjico). Había 1700 sacerdotes y 70
obispos de toda América Latina. Un obispo mexicano dijo: “Si la
Renovación Carismática no hubiera hecho nada más que organizar
estos Retiros para el Clero, habría ya sido suficiente para la
Iglesia”. Muy a menudo, los sacerdotes son renovados en estos
retiros. Hay una gracia especial; muchos sacerdotes que habían
llegado al retiro invitados y a veces traídos por los laicos, antes
de irse daban testimonio de que habían llegado decididos a abandonar
el ministerio sacerdotal y ahora regresaban decididos a retomar con
más entusiasmo. Era un momento de gran efusión del Espíritu. Yo
estaba al lado del altar orando por los demás, y fue en esta ocasión
cuando un joven sacerdote se acercó a mí, se arrodilló y muy
decidido me dijo: bendígame padre, “quiero ser profeta de Dios”.
Yo habría hablado en la homilía precisamente de esto: que el Señor
necesita profetas entre los sacerdotes. Especialmente en América
Latina, necesita profetas, es decir, personas que permitan a Dios
hablar. Este es el profeta. El profeta es uno que se calla. “El
profeta verdadero cuando habla se calla”, decía el judío Filón.
Porque en este momento no es más el que habla. Había hablado
entonces de la necesidad de profetas, y vino este joven diciendo,
visiblemente inspirado, “quiero ser profeta de Dios”. Percibí
que hablaba en serio. Fue una gran emoción para mí. Y ahora sigo
sirviendo al Señor en esta manera, proclamando la gracia del Señor,
como ahora. Os voy a decir una última palabra.
Cuando mi
superior me permitió cambiar mi vida y empezaba a ser predicador a
tiempo completo, en la Liturgia de las Horas -era un 10 de octubre-
había un pasaje de Ageo, el profeta Ageo. En el pasaje, cuando
después de haber reprochado a su pueblo de cuidar de su casa y no
reconstruir el Templo, el pueblo se convierte, empieza a reconstruir
el Templo de Dios, y Dios envía de nuevo al profeta Ageo, esta vez
con un mensaje de consuelo. Dice ahora: “¡Ánimo, Zorobabel, id al
trabajo porque estoy yo con vosotros! –oráculo del Señor-”.
“¡Al trabajo, Josué, al trabajo pueblo entero del país porque
estoy yo con vosotros! –dice el Señor-”
Después de leer
este pasaje en la Liturgia de las Horas, me fui a la plaza de San
Pedro. Quería orar un poco a San Pedro para bendecir mi ministerio
nuevo. En la plaza de San Pedro no había nadie; era un día de
octubre muy lluvioso. Como si la palabra de Dios se volviera viva,
mirando hacia la ventana del Papa, empecé a gritar: ¡Ánimo, Juan
Pablo II, al trabajo porque estoy yo con vosotros! Era muy fácil
porque no había nadie alrededor.
Y después de tres meses, me
encontré que estaba frente al Papa, y le dije lo que había hecho
bajo su ventana. Y de nuevo proclamé este pasaje de Ageo, pero no
como una cita, sino como una palabra viva, en este momento, para el
corazón de la Iglesia. Entonces, mirando al Papa, que estaba al lado
mío, empecé a decir: ¡Ánimo, Juan Pablo II!, a pesar de que Juan
Pablo II es el hombre que tiene más ánimo de toda la humanidad,
pero en el Nombre del Señor, ¡ánimo Juan Pablo II, ánimo
Cardenales y Obispos de la Iglesia Católica, y al trabajo porque
estoy yo con vosotros.
Y siempre cuando el Señor me envía a
alguna parte del mundo, repito este mensaje de nuevo como una palabra
viva, no como un recuerdo de antaño. Entonces, ahora os digo a
vosotros: ¡Ánimo, ánimo sacerdotes y laicos de la Renovación
Carismática de España, de la Iglesia de España, y al trabajo
porque estoy yo con vosotros! –dice el Señor-. ¡Amén!. |